• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

No recuerdo exactamente el término. Pero, en algún momento, un joven Carlos Martini había diagnosticado, en un artículo periodístico, una suerte de trastorno de personalidad del Partido Colorado porque, según él, podía desdoblarse en gobierno y su contracara al mismo tiempo. Fue durante la presidencia del general Andrés Rodríguez, y con Luis María Argaña interinando la titularidad de la Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana, ante el pedido de permiso del veterano Juan Ramón Chaves. La verdadera oposición estaba sobre la calle 25 de Mayo.

El ingeniero Juan Carlos Wasmosy (1993-1998) tuvo buenas relaciones con la Junta de Gobierno presidida por Eugenio Sanabria Cantero. Pero, en contrapartida, el poderoso Movimiento de Reconciliación Colorada, liderado por Argaña, se había instituido en el partido mismo. Y hasta contaba con el concurso de profesionales del sector energético de la oposición para el análisis de la denominada “Deuda espuria de Itaipú” (4.000 millones de dólares) y el rechazo al “Protocolo para la participación del sector privado en las obras y servicios a cargo de Yacyretá”. Finalmente, en junio de 1996, Argaña gana sobradamente la presidencia de la Junta a su histórico oponente, el doctor Ángel Roberto Seifart, quien también desempeñaba el cargo de vicepresidente de la República. Las relaciones entre Wasmosy y Seifart siempre fueron tirantes, y al ingeniero, en aquel momento, se le sumaba un segundo frente de batalla.

En ese mismo mes de las internas entre Argaña y Seifart, el general Lino César Oviedo se niega a acatar su pase a retiro, provocando un conflicto que puso en serio riesgo a la democracia. El militar se atrinchera en la Caballería, donde recibe a los emisarios de Wasmosy, quienes regresan con un mensaje insólito: “Que renuncie el presidente de la República”. Todos los fantasmas del pasado se agitan de nuevo. Se reproducía la misma situación de aquel caluroso enero de 1911, cuando Albino Jara exige la dimisión del doctor Manuel Gondra. Puja en la que el coronel tuvo un final exitoso. Oviedo, no. Con la intervención de organismos internacionales que llegaron hasta Asunción y gobiernos extranjeros acreditados en el país, más la promesa del cargo de ministro de Defensa Nacional, Oviedo depone su hostilidad y cuelga el uniforme. Una manifestación de jóvenes en los jardines del Palacio de López presiona a Wasmosy, quien ni siquiera recibe al que tenía que jurar como ministro. Ese mismo día, el desairado general funda la Unión Nacional de Colorados Éticos (Unace).

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Posteriormente, aunque gana las internas de setiembre de 1997, Oviedo es inhabilitado por su intento golpista de un año atrás. Su candidato a vicepresidente lo reemplaza: el ingeniero Raúl Cubas Grau. Luis María Argaña, el segundo mejor votado, completa la fórmula. En la Convención del 19 de setiembre de 1998 cuando, el ya vicepresidente, renuncia a la conducción partidaria, realiza una interesante exposición aclarando que “doctrinariamente, el partido no es el Gobierno, ni el Gobierno es el partido”. Argaña, ya en plenas funciones de su nuevo cargo, reiteraba la responsabilidad y la obligación de la Junta de la crítica institucional “como vigilante y contralor de la doctrina política y social de nuestra organización partidaria” en eventuales situaciones “de desviacionismo de los principios o la inobservancia de los programas del Partido Colorado”. “No más cheques en blanco”, sentenció.

Con la muerte de Argaña, la oposición gobierno/partido, aunque no desaparece, pierde el fuego de la intensidad y la lucidez doctrinaria. Y se traslada esa intensidad al campo del presidente/vicepresidente, aunque sin lucidez. En estos últimos 30 años hubo solo dos casos en que ambos no eran de la misma línea política: Luis Ángel González Macchi/Julio César Franco y Fernando Lugo/Federico Franco, por lo que la confrontación se presumía lógica. El resto fue entre colorados. El más duro campo de batalla, sembrado de minas verbales, tuvo como protagonistas a Luis Alberto Castiglioni y Nicanor Duarte Frutos. Las esquirlas siguen adentro hasta ahora. Juan Afara también tuvo aspiraciones presidenciales y, por ello, se alejó de Horacio Cartes. Al final, se conformó con un lugar en el Senado por la lista de Mario Abdo Benítez.

Al parecer, el actual vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, quiere romper con esa tradición. Su discurso apunta a que pretende ser el candidato oficialista. Sin embargo, el practicismo político nos enseña que esta aparente buena relación no puede durar mucho tiempo, sobre todo, por una cuestión natural llamada estrategia electoral. Cuestionar al poder suele resultar más simpático al público. Más aún, cuando se trata de un poder infestado de corrupción y degradado por la mediocridad. Y la otra opción de posible ruptura es que el señor Abdo Benítez tenga su propio candidato (el hombre de los “récords históricos en construcción de rutas”), como se rumorea en su entorno. En este país, la política es el arte de lo impredecible. Buen provecho.

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