EL PODER DE LA CONCIENCIA

Andar en colectivo brinda muchas ventajas, como, por ejemplo, escuchar “sin querer” conversaciones de gente muy entendida en todo. Así fue como me enteré de que un parlamentario había planteado la solución para todos los problemas y con eso sedujo mi voto de por vida.

Escuché que iba a hablar con sus amigos del Pacto de Flores no sé qué para poder aplicar la pena de muerte y así nos libraríamos de todos los maleantes que se reproducen como covid mutante por todas partes y que no nos dejan trabajar en paz, ni “hallarnos”, porque tenemos vacunas; ni plaguearnos, porque a traición suben los precios sin que el Chapulín pueda defendernos o porque ya va a comenzar el fútbol.

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La solución era tan sencilla que me sorprendió cómo no se le había ocurrido antes esa idea a otro mortal. En mi inocencia imaginaba un país sin bandidos gracias a este visionario prohombre de la patria. Entonces comencé a hacer una lista mental de todos a los que había que liquidar: primero, a los asesinos; segundo, a los violadores; tercero, a los feminicidas... bueno esos eran asesinos, así que ya estaban en la lista, así que apliqué el borrador mental.

¿Tercero? ¿Merecerían ir a la cámara de gas los ladrones? Ahí se complicaba la cosa. No era lo mismo robar un caramelo que robar en la pandemia o estar en el Parlamento negociando con el almuerzo de los niños.

Me pregunté si mi visionario político metería en su lista a sus colegas ladrones. Mi subconsciente me respondió que no, entonces desilusionado le retiré mi voto sempiternum.

¿Quién más? Ahí chispeó algo y se me ocurrió que los corruptos también merecerían la horca... pero nos quedaríamos sin empleados públicos, sin profesionales, sin religiosos rovamokói, sin sindicalistas, sin maestros, sin zorritos, sin policías, sin abogados... sin ciudadanos. No. Los corruptos eran demasiados.

Otra chispa y mi cerebro ya olía a quemado, pero bien valía la pena, porque esta vez se me ocurrió que en primer lugar debería haber colocado a los secuestradores. ¡¡¡Síiii!!!! Esos hijos de mil que no se contentan con sus parcelas de marihuana que trabajan tan honestamente y salen a pedir plata a cambio de la libertad de los ciudadanos. No digo que a algún inocente cristiano no le caería bien que se llevaran a su suegra, aunque con contrato privado y con garantía de devolución, no como ocurre en realidad, de la manera más salvaje y despreciable, con la vida de los rehenes truncada por siempre si regresan o enterrados en alguna tumba sin nombre.

Sí. Esos desgraciados ocuparían el primer lugar de la lista. Todos los que secuestran deberían ir al paredón. Ya sea por tener un rehén, o dos, o todo un país. ¡Plop!

Otra vez marcha atrás. Si entraban en la lista negra los que secuestran un país... ¡nos quedábamos sin políticos! Bueno, por algo se murmura que varios son de hecho amigos de los secuestradores. Así que donde huele a humo (y no mi cerebro) cenizas quedan, o algo se quemó. Amén.

Otra cosa. ¿El asesino que mata a dos personas debe recibir la misma pena de muerte que el que mató una sola vez? Ese sería otro problema. ¿Debería ser más piadosa la ejecución de un asesino inexperto que la de un múltiple? ¿Qué pena merecería el asesino de una persona y cuál el responsable de 13.500 muertes? No quise saber la respuesta porque me iba a meter en líos.

Bueno, para estar en onda y siguiendo el mismo “hilo”, como dicen ahora los tuiteros en vez de como antes que le llamaban “tema”, desarrollar esto de la pena de muerte se volvía un poco más profundo de lo que imaginaba.

Así que ya no pensaría más en la lista de “ganadores”, sino en cómo darles “el premio”.

Alguna vez leí que en China se les arrodillaba a los funcionarios corruptos y les disparaban en la nuca. Varios (muchos) se contagiaron de la misma enfermedad, pero al final la cura resultó y el virus de la tentación se redujo casi completamente. Hoy prevalece la honestidad.

En las películas de vaqueros a los ladrones de caballo se les colgaba en la horca, en Francia prefirieron la guillotina y en EEUU la silla eléctrica, el fusilamiento y hasta la más “humana” inyección letal.

Pero una cosa es escoger el método y otra muy distinta es realizar la ejecución. Si cuestionamos la bajeza de los asesinos al matar a sus rehenes, no seríamos muy diferentes al quitarle la vida a un ser humano que se encuentra atado y sin poder defenderse, de la forma que sea.

El que ha presenciado la muerte de una persona entiende la grandiosidad de ese hecho. No tiene vuelta atrás. Es para siempre. Y no sé quién tiene el derecho de tomar tal decisión.

Bueno, serían los jueces, como se estila en varios países. El problema es que los nuestros están en la categoría de corruptos, así que ellos mismo no se firmarían su propia sentencia.

¿Quién tiene derecho a matar?

Tal vez los familiares de las víctimas de los asesinados. O los que fueron violados. Otros pueden arrogarse el derecho, pero con su supuesta probidad no les alcanza.

Una frenada brusca me volvió a la realidad. Mis chismosos compañeros hacía rato se habían bajado del colectivo. Me habían dejado solo con el problema, así que reinicié la lista: choferes de colectivos... mejor los transportistas, ellos son peores que los choferes. No hay que olvidar a los que remarcan precios y a los que suben los combustibles...

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