- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
No existe periodista sin ideología ni medio de comunicación sin identidad política. Y, algunos, con oscilaciones partidarias de acuerdo con sus propios intereses comerciales. Hace rato que el viejo mito de la objetividad fue desmontado por la realidad de lo que se publica. De hecho, el propio acto de escribir es un acto subjetivo, explicaba aquel profesor de ética. A lo que debemos agregar el título que se elige y el lugar en que el editor ubica la información, detalles que condicionan el interés o la interpretación del público. Hay que establecer este enfoque dentro de lo que en aquella época tenía preeminencia en el mundo del periodismo: los diarios. Que conste que no estamos haciendo apología del denominado “relato puro” que, al decir del conocido catedrático venezolano Enrique Castejón Lara, era un buen negocio pues no había necesidad de “entrar en los terrenos escabrosos del análisis y mucho menos del compromiso frente al lector”. La “técnica informativa neutral” no corría el riesgo de perder auspiciantes ni generar rechazo de algunos sectores de la sociedad.
En esta profesión, como en cualquier actividad humana, se toma partido, salvo que sea una persona absolutamente anodina que decidió vegetar en vez de vivir. Por eso hoy se prefiere usar la palabra veracidad. Y honestidad. Se asumen posiciones sin agredir a la verdad. Es para defenderla, y no al revés, por encima de nuestras preferencias. “Cuando la verdad está en juego, yo no tomo distancia, tomo partido” (Eduardo Galeano). Lamentablemente, en la línea de la corriente relativista, la opinión suplantó a la verdad. Y cada opinión se erige en la verdad absoluta. Cualquier intento por rebatirla será en vano porque el “periodista activista” no se apartará de su fanatizado error. Alejado de la recomendada técnica interpretativa en que los hechos son evaluados mediante un contexto, incorporando la investigación y el análisis, antes de ensayar una evaluación sobre datos concretos, se elige el perverso camino de inficionar la información con opiniones, sin las correspondientes delimitaciones entre ambos géneros, creando una narrativa deliberadamente fraudulenta.
Muchos medios, hoy día, no tienen inconveniente en establecer una línea editorial clara. En una manifestación sin ambigüedades expresa el apoyo explícito a algún partido o candidato, sin temor a perder lectores o audiencia. Así ocurre con el Washington Post y el New York Times, allá en el Norte, Abc y El País, en España, y Página/12 y Clarín, aquí, en el vecindario. Aunque suene paradójico, son más fiables que aquellos que se visten del cínico ropaje de una imparcialidad que no ejercen. Esto último es lo que ocurre mayoritariamente en nuestro país.
El Washington Post, por ejemplo, en setiembre del año pasado decidió apoyar, y así lo hizo saber, a Joe Biden, a quien calificó como un líder de “decencia, honor y competencia”, ante un Donald Trump a quien consideró como “el peor presidente de los tiempos modernos”. El New York Times, por su lado, al inicio del 2020, a través de su consejo editorial, difundió su adhesión a las entonces aspirantes demócratas, senadoras ambas, Elizabeth Warren, de ideas progresistas, y la moderada Amy Klobuchar. Aquí hacemos lo mismo, pero con una diferencia radical: pretendemos disfrazar las campañas políticas a favor de alguien bajo el ropaje de un inexistente periodismo independiente.
Las elecciones internas de este domingo nos ofrecen piezas de colección para algún estudio serio sobre los hechos planteados desde una realidad parcelada o mutilada y que tienen la intención de inducir a la toma de decisiones desde la manipulación conceptual, la generalización engañosa y la omisión conveniente. Una investigación que sigue pendiente desde aquel año 1993, cuando dos de los periódicos de mayor influencia en el país en ese tiempo, uno matutino y otro vespertino, publicaron encuestas en que daban ganador al candidato que, finalmente, quedó tercero. Por el resultado final, puede deducirse que en ambos casos los sondeos de opinión fueron adulterados premeditadamente.
En 1996, un diario se jugó abiertamente por Martín Burt para la Intendencia de Asunción porque lo consideraba “el más capaz”. Quince años después, los lectores del mismo periódico lo eligieron como “el peor de los últimos cuatro intendentes de la capital”. Fue, según el mismo medio (2003) el que, junto a Carlos Filizzola, agrandaron enormemente el número de funcionarios municipales, sin que sea la capacidad precisamente un mérito para las contrataciones o nombramientos. Ese diario nunca cargó ese error sobre sus espaldas. Misma situación-relación con el actual presidente de la República.
No será el fin de la credibilidad, ya muy golpeada, de nuestros medios de comunicación expresar abierta preferencia por alguien en particular en épocas electorales y expresarlo coherentemente. Así lo hacen los grandes medios que hemos mencionado más arriba. Sin escudarse en una supuesta imparcialidad destrozada en la práctica. Seríamos más honestos y menos hipócritas. Buen provecho.