- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
En una democracia, con una ciudadanía plena, las victorias y las derrotas electorales son simples contingencias. Se las celebra con generosidad y se las acepta con dignidad. Ni siquiera hay tiempo para envanecerse por el triunfo ni amargarse con el revés porque los períodos de revanchas corren rápidos. Unos deben intentar gobernar y los otros empiezan a construir nuevos proyectos. Sin embargo, con un mal presidente de la República los minutos son eternidades. Como ocurre en el presente. Situación que se agrava cuando los mecanismos constitucionales para destituirlo se empantanan en lo político –reverenciando la calificación del juicio– y el mandatario no evidencia signos de corregir su terco derrotero de tropiezos con la misma piedra y sus consecuentes fracasos.
Pero cada elección es una batalla diferente. Aunque el estudio sobre el poder es sistematizado como ciencia, el comportamiento humano es errático y cambiante, lo que le llevó a David Runciman, catedrático de Cambridge, en un creativo y distendido libro, a buscar explicaciones a la “despiadada impredecibilidad de la política”. No obstante, mediante el registro, la observación y el examen de nuestra realidad podemos concluir algunas aproximaciones sobre situaciones concretas. Cierto es que era impensable antes de marzo del 2006 que Fernando Lugo, entonces obispo de San Pedro, se convirtiera en presidente de la República. En un renunciamiento inédito –lo que confirma la impredecibilidad de la política– el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) acepta la vicepresidencia. Un Partido Colorado ideológicamente confundido –con un rescate de su memoria histórica que nadie leía– y agotado por irreconciliables querellas internas –más el acto final de la traición–, incorpora la derrota a su diccionario.
Por una lógica tácita, aunque lo ilógico es la constante en la política, la organización partidaria más antigua del Paraguay, que nació con el nombre de Centro Democrático, asume la certeza de que, después de la era Lugo, lideraría la marcha triunfal hacia el Palacio de López. Es lo que la dinámica de las negociaciones hacía presagiar. Pero don Fernando tenía otras intenciones: ampliar y consolidar las bases de su propio proyecto. Primero intentó la reelección por la vía de la enmienda. Fracasadas sus aspiraciones, ya no tuvo tiempo de articular la siguiente estrategia: dejar un sucesor de su misma línea. Un juicio político ejecutado con éxito terminó por destruir la Alianza Patriótica para el Cambio. Aunque son hechos sabidos, no pueden excluirse de un análisis. Como tampoco puede obviarse que la Asociación Nacional Republicana ya retornaría al poder cinco años después, de manos del más inesperado de los candidatos (Horacio Cartes), quien ni siquiera estaba afiliado cuando el partido conoció la llanura. Ni el más optimista de los colorados creyó en esa posibilidad. Podríamos llamarla “crónica de predicciones imposibles de ser anunciadas”.
Aunque aparecen sobresaltos en nuestra línea de tiempo político, no son pocas las veces que la recurrencia de las actitudes personales, los comportamientos colectivos y los sucesos protagonizados por los partidos y movimientos sociales permiten una reflexión anticipadora sobre un futuro hipotético, con posibilidades reales de dar en el blanco. Hoy mismo, ese futuro nos envía señales de que es improbable un candidato de consenso dentro del Partido Nacional Republicano. Tan improbable como que el Partido Liberal Radical Auténtico, como Directorio, renuncie a liderar cualquier alianza electoral que le sea propuesto. Siendo un partido histórico y con estructura a lo largo de todo el país, aceptar nuevamente un papel secundario, como en el 2008, siquiera puede especularse ni como remota opción, a juzgar por la vehemencia y agresividad con que algunos de sus dirigentes se afanan por conquistar el poder. La única puerta para negociar es que un liberal sea el próximo candidato a la Presidencia de la República. Aquellos que, empujados por la coquetería mediática, creen que podrán forzar una fórmula diferente, tendrán dos caminos: ajustarse a esa idea o lanzar sus propios proyectos. Lo que sería un suicidio, lo último, si apuestan, en verdad, a derrotar a la Asociación Nacional Republicana.
Para resguardar nuestras afirmaciones, en un escenario donde lo ilógico es lo lógico, no puede descartarse que algún candidato superado en las internas coloradas, despechado, pueda alentar nuevamente el voto en contra de su partido, como en el 2008, o que un sector del PLRA juegue de brazos caídos, por cuestiones de liderazgos y ambiciones electorales, lo que confirmaría la impredecibilidad que matiza, y no vuelve aburrido, nuestro devenir político. Buen provecho.