- POR MARCELO PEDROZA
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
Hay que pregonar el fomento del compromiso hacia lo que se vive, y la mejor forma es viviéndolo. Surgen las palabras vinculantes, como responsabilidad y obligación. Nos podemos obligar a vivir comprometidos con la vida.
Cuando hay compromisos, hay razones para responder. Es una linda forma de estar ligados, enchufados, sostenidos, compenetrados con la reina vida. Toda actividad, que represente una causa para nosotros, puede permitirnos sentirnos vivos.
Nuestros compromisos internos son tan poderosos como el alcance que le damos. Se nutren de los intereses que elegimos que convivan con nuestros pensamientos. Para ello debemos estar atentos ante lo que pensamos y eso se torna en un compromiso que influye totalmente en nuestras vidas, a veces de forma silenciosa y casi desapercibida y otras de manera notoria y con una voz nítida y un tono notorio.
El pensamiento activa constantemente nuestras vidas y su relevancia es elemental para cada ser humano. De su fuente nacen los más encumbrados compromisos y el tenor de sus tamaños personales. Lo que cada uno es capaz de ser ha sido producto de lo que alguna vez fue capaz de pensar. Está en nosotros comprometernos a crear pensamientos que favorezcan al crecimiento de la vida, de la nuestra y la de los demás.
Darle un lugar al silencio y comprometerse con el mismo puede producir sensaciones inexplicables. Dicho compromiso pertenece al universo de estados en donde el ser humano puede regocijarse como tal.
El compromiso colectivo activa la capacidad de vincularnos. Y beneficia a quienes se sienten involucrados, activos, solidarios, dichosos de formar parte de algo que los une, que los aglutina para poder crecer. Necesitamos comprometernos con otros, son inagotables las posibilidades que pueden darse entre dos o más personas. En todo encuentro está latente la posibilidad de construir un vínculo entusiasta y estimulante para sentirse vivo y comprometido en esta vida.
La presencia de un compromiso ocasiona la ausencia de la apatía. Los compromisos asumidos con ganas y alegría no acarrean pesadez, fastidio o hastío. Daniel Goleman, en la obra “El cerebro y la inteligencia emocional”, sostiene: “Al pasar del aburrimiento a la zona óptima del arco de rendimiento el cerebro segrega cada vez mayor cantidad de hormonas del estrés y entramos en la franja del estrés bueno, donde se reactiva el rendimiento”. Y agrega: “El estrés bueno suscita la vinculación, el entusiasmo y la motivación, y moviliza la cantidad adecuada de las hormonas del estrés cortisol y adrenalina (junto con otras sustancias beneficiosas que segrega el cerebro, como la dopamina) para hacer el trabajo con eficiencia”.
La vivencia de y con los compromisos existe en cada vida. También en cada sociedad. Podemos ser artífices de aportes sociales que ayuden a unir lo expuesto por Goleman, donde existan vínculos que sean entusiastas y motivadores. Y así comprometernos con la comunidad en la que vivimos.