- Por Laura Ramos
- Socia del Club de Ejecutivos.
¿Qué esperanza queremos inculcar a nuestros hijos si la noticia cotidiana es de continua corrupción en las diversas esferas de la economía?. ¿Cómo creemos que ellos crecerán diferentes si lo único que los rodea en las noticias es la continua impunidad?. Es realmente desgastante para los ya mayores de edad el ver a nuestro alrededor cómo ciertas instituciones públicas están abocadas no a la mejora permanente ni a lograr la eficiencia en sus labores, sino a proyectar y aprobar el continuo ordeñe de quienes pagan sus impuestos.
Es desmotivante ver cómo se generan cobros de tasas con la única justificación de que las instituciones públicas que las crean necesitan ingresos para cubrir sus gastos corrientes. En ningún momento se plantea cómo reducir esos gastos, ni mucho menos generar algún tipo de contraprestación de servicio por aquella tasa, sino el simple hecho de cumplir con la margen de déficit fiscal permitido. Ello, sin importar el cómo sigo acogotando a los mismos contribuyentes de siempre.
El futuro no se ve muy promisorio cuando se siguen cobrando para trámites públicos gastos como: fotocopias en pleno mundo digital, autenticación de documentos, aunque el mismo ente público emite el documento original por lo que tiene acceso informático a él, y un sinfín de novedades que apremian al ya delgado margen del comerciante formal. Y no dejemos de hablar de las bonificaciones y pagos extraordinarios a funcionarios públicos en plena crisis donde pareciera que viven en un mundo paralelo de una bonanza constante.
Qué bien nos haría si algún estamento público pudiera analizar todas las tasas, licencias e impuestos que el ciudadano debe cumplir para poder ser formal en este país. Y analizar con esto realmente cuál es la presión tributaria y qué tan burocrático es el sistema, el cual nos vuelve arcaicos y obsoletos. Sin dejar de mencionar que además otorga una ventaja aún mayor a todos los informales, que no solo no pagan ningún impuesto o evaden gran parte de ellos, sino que también tienen una diferencia en precio de contrabando abismal por la crisis económica de países vecinos.
En conclusión, debemos seguir presionando para que los entes públicos se vean ajustados a la realidad que vivimos en pleno siglo XXI, primeramente por el lado de los procesos que hoy en día deberían ser sencillos y electrónicos, y por el otro deberíamos exigir que los gastos corrientes también se vean ajustados a la mayor eficiencia y no aumentar los ingresos para ellos e impuestos para nosotros, para seguir cubriendo la ineficiencia de un Estado pesado y anticuado. En efecto, con este anacronismo la estructura pública atrasa el país. Y ya es hora de que la modernidad ingrese al Estado para así estar en condiciones de contribuir al progreso de toda la sociedad.