DE LA CABEZA

  • Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
  • Dr. Mime

De que esta pesadilla va a acabar no tengo duda. Cada vez más cerca está el final, un día a la vez, con el advenimiento de las vacunas a todos, de la adopción de medidas permanentes de higiene y convivencia, y del cambio de mentalidad... aunque sea por la fuerza. La humanidad en su historia ha sobrevivido a peores épocas y ha salido triunfante y airosa. Y para ese entonces, nuestro órgano rey debe estar preparado porque si bien estamos preparados para seguir peleando, también debemos prepararnos para la victoria, para ganar esta dura guerra.

Desde que comenzó la pandemia, el confinamiento y el cercenamiento de nuestras libertades y comodidades del “mundo como lo conocíamos” han campeado sentimientos de incertidumbre, soledad, trauma, duelo, estrés, ansiedad y tantos otros que han socavado nuestra conducta, nuestro ánimo, nuestra emocionalidad. Nuestro cerebro nos acostumbró en mayor o menor medida a vivir con el miedo a contagiarnos o infectar a alguno de nuestros seres queridos más próximos, así como a sustituir por videollamadas las reuniones familiares o entre amigos. A los que manejan nuestra salud mental les gusta llamar a este acostumbramiento con un término que ha tomado cuerpo más que nunca y que, probablemente, ya se ha incorporado a nuestro vocabulario como tantos otros conceptos en estos últimos tiempo: la resiliencia. Esta no es otra cosa que la capacidad de adaptarse a los cambios bruscos o de recuperarse frente a un acontecimiento adverso, y de la cual ya les hablé el año pasado en esta columna ni bien comenzábamos este derrotero juntos. Esta aptitud depende, es cierto, de la personalidad de cada uno, pero también... ¡se puede entrenar! Al ser un concepto un tanto abstracto, alude a una capacidad mental que surge cuando nuestro cerebro se ve sometido a situaciones de conflicto o estrés, de ahí que esté focalizada en el hipocampo y la corteza prefrontal, el centro de emociones como el miedo o la memoria.

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Sin embargo, es importante saber que padecer episodios de ansiedad crónica puede dañar la conexión entre la corteza prefrontal y la amígdala, haciéndonos menos resilientes. Además, hay variantes genéticas que afectan a los niveles y actividad de las hormonas que inducen al estrés, así como aquellas que las contrarrestan. Algunas personas pueden nacer con más capacidad de resiliencia, pero también hay mucha influencia del entorno, desde su nivel socioeconómico, su acceso a la atención médica, nivel educativo o el hecho de sentirse apoyada por una comunidad de gente. Es por ello por lo que no podemos resignarnos y pensar que nuestra capacidad de resiliencia viene determinada solo por nuestra información genética, sino que gran parte del desarrollo de esta cualidad viene de saber cómo regular la respuesta al estrés, lo cual hace que sea un conjunto de habilidades que podemos aprender prácticamente cualquiera de nosotros. ¿Pero cómo?. Fortaleciendo el centro de control ejecutivo del cerebro (la corteza prefrontal) y el centro de excitación (la amígdala) para que no se vea invadido por el miedo y despierte en nosotros emociones negativas, sino que logrando la activación de las emociones positivas, las cuales reducen los niveles de excitación, amplían nuestra capacidad de atención y aumentan el espíritu creativo, lo que ayuda finalmente a las personas a ser más flexibles en sus pensamientos y actitudes, de manera tal que miremos al estrés no como un problema insuperable, sino como un desafío que hay que resolver.

¿Quieren aprender a resolverlo?. Les cuento cómo hacerlo el sábado que viene. No se queden DE LA CABEZA y sean resilientes....!!! Hasta la semana que viene.

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