• Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

Se vacunó de forma irregular en el peor momento de la pandemia en nuestro país. Lo hizo a escondidas, aunque usando sus influencias, ni siquiera necesitó moverse de su casa, como tuvieron que hacerlo miles de adultos mayores que fueron agendados en cualquier lado en medio de una desorganización repugnante.

A ella una brigada la vacunó en su casa, aludiendo a un esquema de aduladores generosos de lo ajeno.

Pero dicen que las “mentiras” tienen patas cortas; entonces, la planilla con su firma se filtró y recorrió todos los celulares y se metió en cuanto tema de conversación en ese momento hubiera.

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Aun así no tuvo descaro. Entonces volvió a “mentir” ante cualquier medio de comunicación sediento de la información del momento.

Pero como todo mentiroso, al ser descubierto reconoció sin pudor su mentira. Es verdad, renunció, pero fue para evitar una avalancha que terminó por sepultar su usurpada carrera política.

En su nota de renuncia, la senadora de la Nación Mirta Gusinky dijo que aceptó ser inmunizada sin imaginar el alcance de su ilegal acción.

Luego de detallar sus supuestos problemas de salud, remató pidiendo disculpas por “mentir”, pero aclaró que no fue por estar involucrada en ningún acto de corrupción, como si mentir no fuera el detonante de todo acto de corrupción.

Y en el fondo tiene razón. Al menos la tiene para un gobierno que hizo de la mentira una forma de gobierno. Así mintió Rodolfo Friedmann para quedarse con la merienda de los niños, o Miguel Cuevas para enriquecerse ilícitamente aprovechando su poder.

Una pequeña “mentira” fue el supuesto tráfico de influencias y la transferencia irregular de fondos públicos a bancos privados por los que Patricia Samudio terminó siendo apartada de Petropar y procesada, y hasta esa gestión por la cual Juan Ernesto Villamayor intentó acordar una salida a una deuda contraída por Petropar con PDVSA en torno a la que giraba una generosa comisión.

Pero volvamos a Gusinky.

La juzgamos por una piadosa y pequeña mentira. Entonces, no puedo más que recordar al abuelo de mi amigo Arturo. Tenía 87 años y una memoria extraordinaria. Lo solía ver sentado en el jardín, esperando que pase alguien con quien charlar. Siempre con tapabocas y bien cuidado.

Pero algo salió mal. El abuelo se contagió y murió a los pocos días. Claro, no fue culpa de la senadora, pero quizás una vacuna podría haber evitado su muerte. No sé, tal vez no. Pero ese es el riesgo de tomar la posición de otro.

Desde pequeño mis padres me enseñaron que mentir es malo. Con el tiempo aprendí que mentir no solo es malo, es un acto de deslealtad, de cobardía.

Las noticias hablan de que Salud investiga una lista con otros 500 nombres dentro del escándalo de las vacunas vip.

En mi mente comparo a los que se vacunaron de forma irregular con los privilegiados del Titanic, peleando con los pasajeros más débiles para no perder un lugar en un bote que salve sus vidas. Miserable, amoral, decadente, tan decadente como la clase política que nos gobierna y nos somete, aun a costa de nuestra propia vida.

Pero sí, esa es otra historia.

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