Los recuerdos son el mejor estímulo cerebral. La mejor gimnasia es rememorar, recordar tiempos, canciones, momentos, sensaciones. Somos lo que vivimos siempre y cuando lo recordemos, es por eso que enfermedades como el Alzheimer son crueles porque nos roban la esencia de lo que somos: el bagaje que llevamos almacenado en algunos lugares del cerebro. Pero la pregunta que intentaremos responder hoy es: ¿Dónde están esos lugares?

Para la mayoría de los neurocientíficos, la memoria es una facultad de la mente, y esta se identifica con el cerebro. Los recuerdos quedan depositados allí, aunque seguimos sin conocer los detalles del registro. Hace ya más de un siglo se lanzó el concepto de engrama, la plancha donde se “graba” lo vivido. Según experimentos en animales, la memoria parece estar en todas partes y en ninguna. O estaba deslocalizada y distribuida por todo el cerebro, o bien había que buscarla en pequeñas poblaciones de neuronas y sus moléculas. Los investigadores tomaron el segundo camino. El científico Eric Kandel, premio Nobel año 2000 y el gran padre de las neurociencias modernas, mostró de forma experimental, en moluscos, que el aprendizaje producía cambios en las sinapsis (la conexión entre neuronas) y recibió por ello el Premio Nobel en el año 2000. A partir de ahí, la búsqueda del lugar donde se oculta la memoria prosiguió a nivel celular y molecular. La idea central de los científicos era que, dependiendo del tipo de actividad que se realice, suceden cambios en la fuerza sináptica de las neuronas en ciertas áreas del cerebro. Es la llamada hipótesis de la plasticidad neuronal que da por hecho que tenemos “minicopias” del mundo dentro de la cabeza, según la analogía del revelado de las cámaras fotográficas.

Sin embargo, no basta con explicar cómo se codifican los recuerdos: hay que ver también cómo se organizan, consolidan y, finalmente, son revisitados. No hay duda de que ciertos circuitos neuronales juegan un papel importante a la hora de convocar un recuerdo. Hoy en día, los recuerdos no se hallan localizados, al menos no del todo, pero están ahí. Aunque en cien años no hemos podido localizar estrictamente en el cerebro recuerdo alguno, se cree que están allí por la sencilla razón de que no podrían estar en ningún otro lugar.

Siendo un asunto temporal, ¿pueden los recuerdos ocupar un lugar en el espacio? Los científicos distinguen entre diferentes tipos de memoria. La memoria es plural y está ligada a acontecimientos importantes de nuestras vidas. Se pueden recordar momentos emocionalmente significativos a pesar de sufrir una grave amnesia. Como la propia palabra indica, recordar es volver a pasar por el corazón (“re-cordis”). Para algunas tradiciones antiguas, los recuerdos se guardan precisamente allí... entonces, la memoria podría estar en otros lados también. Por ejemplo, podríamos decir que el cuerpo sería algo más que un mero vehículo de la materia gris, por ello los deportistas y bailarines sienten que sus músculos recuerdan. Los descubrimientos de redes neuronales en el corazón o en los intestinos parecen confirmarlo. Las neurociencias han empezado a desmontar la idea del cerebro como república independiente. Se habla de mente encarnada, embebida y extendida en el paisaje. También de cerebros líquidos, como los enjambres de abejas, hormigas o termitas, que funcionarían como redes neuronales deslocalizadas. Las plantas carecen de neuronas, pero se ha demostrado que pueden aprender y tomar decisiones.

Entonces, desde esta perspectiva, la memoria y la cognición no serían el monopolio del cerebro, sino que se extendería más allá de la cabeza, incluso en el mundo que nos rodea. El sueño de localizar el tiempo pasado en el espacio presente sigue vivo. Pero hay otras posibilidades. Quizá sea un error buscar el tiempo en el espacio, encontrar un lugar para la memoria. Quizá la memoria, accesible en todas partes, no esté en ninguna. Tras más de un siglo de investigaciones, la memoria sigue desaparecida. ¿Díganme si esto no nos tiene DE LA CABEZA? Nos leemos el sábado que viene.

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