DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin.

Un hombre desesperado enfrentó al ministro de Salud, Julio Borba, en el Hogar Santo Domingo, frente mismo al Hospital Central del Instituto de Previsión Social, donde a un lado de la calle su madre agonizaba y del otro se vacunaba con la primera dosis a los adultos mayores del lugar.

A los gritos, de esos que se nota que salen del corazón, le pedía que le consiga una terapia intensiva para su madre enferma. Ante esa situación lo que se siente es indescriptible. Rabia, dolor, mucho dolor y un profundo sentimiento de impotencia.

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Es cruel lo que voy a decir, pero si hubiese sido un juicio, la imprevisión y el mal manejo de la pandemia estaban condenando a muerte a la mujer. Es la realidad que se vive en la salud pública, colmada de buenas intenciones, pero malas administraciones.

Es verdad, cuando las papas se comenzaron a quemar el Gobierno inauguró en tiempo récord hospitales de contingencia y camas de terapia intensiva, aumentando la capacidad del sistema, pero la falta de profesionales, medicamentos e insumos le pusieron combustible a un incendio que creció incontrolable. El caos se adueñó de la salud.

El colapso no es nuevo, pero sabíamos que en algún momento esta crisis iba a estallar. La inoperancia y la desidia son formas en las que se desnuda que la corrupción literalmente… mata. Cada 18 minutos, haciendo un cálculo rápido, una persona muere a causa del covid-19 en nuestro país. Cuando eso suceda, no importa si es en un hospital público o un sanatorio privado, la familia habrá perdido todo, debiendo sumar al luto cuentas impagables que solo sumarán eslabones a la cadena del dolor.

No se puede cuantificar a ciencia cierta, porque cada caso es diferente, pero un paciente de cuidados intensivos de la complejidad de los casos covid-19 orilla aproximadamente los 15 millones de guaraníes por día. Una locura. Casi siete veces más de lo que gana un trabajador promedio mensual en base al salario mínimo vigente. Es lo que le pone el rostro a la desesperación.

Pero volvamos a nuestra historia. Poco después, se anunciaba que la mujer iba camino a un sanatorio, pese al colapso de todo el sistema. A veces los milagros existen, aunque el Dios sea una cámara de televisión. Entonces, no pude menos que pensar en esas familias que sufren en silencio mientras despiadadamente el sistema va apagando los latidos de la vida.

No vimos gente morir en la calle, como sucedió en los peores días de la pandemia en Ecuador, pero muchos fueron a morir en pasillos de los hospitales llenos de gente y vacíos de lo elemental para sustentar la vida.

Es nuestra realidad. No miento. Hoy cuando revises tus redes sociales vas a entender de lo que hablo. Las despedidas, el llanto, las polladas, el desgarrador pedido de un hijo por una terapia para su madre, o el llanto de una madre pidiendo medicamentos para su hijo, van a desnudar que la corrupción es la guadaña con la que mata la enfermedad… esta maldita enfermedad que nos aleja de nuestros sueños y nos acerca a nuestra triste realidad.

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