DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin

Estamos viviendo los que quizás sean los días más negros de la pandemia. Desde que se desató esta amenaza mundial fuimos pasando de la sorpresa a la alerta y de la alerta al horror sin casi darnos cuenta.

Y siempre los números.

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Los datos de la Organización Mundial de la Salud son contundentes: 55,4 millones de contagios y 1,33 millones de muertos por la acción del coronavirus SARS-CoV-2 en América.

El progresivo aumento de casos nos lleva a mirar todos los días esos números que da el Ministerio de Salud llegada la tardecita. Y entonces vamos dimensionando la tragedia. Es en esos números que comprendemos la desesperación de miles de familias que revelan ante las cámaras de los noticieros la desesperación ante lo impredecible.

Y es una tragedia mundial de la que no leímos los mensajes entre líneas, o al menos no los leyeron los que tuvieron la responsabilidad de liderar esta lucha.

La imprevisión para comprar vacunas y medicamentos, fortalecer nuestra infraestructura y preparar a los profesionales nos pone cara a cara con la propia muerte.

No es una película, es la realidad. Una realidad que crece al ritmo que se multiplican los casos, esos casos que se convierten en números que asustan, pero que en verdad son personas.

Lo repetía un médico sobrepasado por una situación catastrófica: “No solo son vidas humanas, estamos perdiendo humanidad”, decía el Dr. José Fusillo, neumólogo del Ineram.

Tal como sucedió en Italia al comienzo de esta maldición, hoy se elige, en pocas palabras, quién lucha por vivir o quién muere en el intento.

Sé que para muchos son puras mentiras. Hay miles de personas que no creen y que vimos cruzar el puente a Brasil o copar la Terminal para viajar al interior, desafiando toda lógica y menospreciando el dolor de la gente que lucha por conseguir una terapia que le permita a su paciente tener una esperanza.

Pero es una terrible realidad. Lo confirmamos no solo en los números que crecen sin parar o al abrir nuestras redes sociales y encontrar desgarradores mensajes de despedida y cientos de pedidos de ayuda que nos tocan el alma y el corazón.

Son tiempos difíciles de los que algún día hablará la historia de la humanidad.

Tiempos que deberían dejarnos lecciones y de los que deberíamos tomar lo mejor.

Y me dirás: ¿qué es mejor? Mejor es enseñarle a las generaciones que vendrán que la libertad es buena, pero no significa nada si no se puede disfrutar. Qué un poco de tiempo lejos te puede acercar a las personas que te importan. Que cuando llegue el momento habrá que elegir entre exponerse y caer o esperar y recuperar el tiempo perdido.

Suena a cliché pero es la realidad, una realidad que nos enseñó un virus que vino desde lejos y desató una pandemia de miedo…

Pero sí, esa es otra historia.

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