Es trascendente el recorrido, en todas las circunstancias. El proceso de los instantes tiene una marcada relación entre lo certero que sucede y que se viste de presente y lo incierto, que se titula futuro. En ese intenso devenir, en esa inexorable y asombrosa estructura de la existencia, así se evidencia un pensamiento, se siente una palabra y se realiza una acción.

Un principio significativo se encuentra en la aceptación de las constantes posibilidades que permiten aprender a vivir. Es que, lo que se vive, se siente. Lo que se vive, se aprende. Desde las experiencias también se reconocen los sentimientos. Las experiencias vivifican los sufrimientos, los encantos, las hazañas, los desencuentros, las injusticias, los placeres y todo lo que a cada ser humano le sucede.

Una mirada amplia, orientada en el entendimiento de los acontecimientos, es probable que permita la apertura de nuevos horizontes y, por sobre todo, genere escenarios dinámicos y constructivos. Surgen inicialmente las sensaciones que conceden percibir lo acaecido. De manera que las impresiones producen connotaciones valorativas acerca de lo sentido y facultan la creación de los mecanismos que facilitan el recuerdo sensorial almacenado. Por eso, la exploración de la memoria es inmediata y su alcance se extiende, conforme a los requerimientos que suscitan el interés de traer a colación tal o cual vivencia.

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Las experiencias pueden intentar repetirse, algunas veces suceden esporádicamente, otras con mayor asiduidad, si bien en cada aparición es viable que haya particularidades de la ocasión, el rasgo general las ubica dentro de un parámetro conocido que lo denota como tal. Es posible que se transformen en hábitos que tengan su impronta e impacten frecuentemente. Que se complementen con el aprendizaje formal, que se unan al saber de las ciencias, que se dispongan a mejorar su saber hacer.

La idea de continuidad tiene un impacto brillante cuando se la asocia con el crecimiento. En esa extraordinaria producción de pensamientos, sentimientos y conductas, que alimentan el desarrollo de la vida, cada uno tiene la potestad de responder ante ese incesante fluir vivencial.

Las experiencias aceptan la elección de vivirse. Tienen muchas apreciaciones lingüísticas, tales como desafíos, intenciones positivas, modelos a seguir y aprendizajes superadores, entre otras. Por tanto, la generación de nuevas experiencias puede basarse en las anteriores, como en las que se abren paso porque se han ido construyendo genuinamente, por medio de una voluntad decidida a construirlas. Esto puede trasladarse para el abordaje de los problemas, dado que pueden constituirse en una puerta hacia lo consecución de nuevas soluciones o en una tendencia a volver, de alguna manera, a lo que originó el surgimiento de los mismos.

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