• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

A diferencia de aquellos que sentencian con la infalibilidad de los oráculos sobre hechos ya ocurridos, están los que pacientemente van desenredando el futuro con rigor metodológico, mediante la observación sistemática, el análisis exhaustivo y la verificación constante de cada acontecimiento. Con esos ingredientes no resultó muy difícil predecir lo que hoy estamos viviendo (y padeciendo) en el país. La repetición de ciertos sucesos evidenciaba que el presidente de la República carecía de facultades para gobernar. Su terquedad para mantener a los mediocres dentro de su gabinete y su soberbia para no remover a los funcionarios corruptos hacían presagiar lo que escribíamos en este mismo espacio antes, incluso, de la crisis sanitaria: “Hoy, la pobreza multiplicada, el desempleo, el latrocinio y la falta de liderazgo nos dibujan un horizonte incierto”.

Decretado el estado de emergencia en marzo del año pasado a raíz del covid-19, ya en mayo anticipábamos que “la pandemia era la tormenta perfecta para que los responsables de nuestra economía justifiquen el descalabro de una nave que ya venía en zozobra”. Pero no solo eso. Mientras la población vivía encerrada, con miles de familias al borde del hambre, empresas quebradas y empleos perdidos, la corrupción exhibió su rostro más miserable y criminal al intentar medrar con los recursos destinados a la salud, aunque parte del plan fue abortado gracias a las denuncias periodísticas y la presión social.

La pandemia fue para el Gobierno un balón de oxígeno desperdiciado. Este fue el título de un artículo en que afirmábamos que “las pruebas documentadas nos demuestran que ya son escasos los territorios del Estado que no están contaminados por la descomposición moral (…). La corrupción avanza aceleradamente hacia su destino de metástasis”. Y el Presidente, “lejos de asumir una autocrítica, seguía disparando contra enemigos imaginarios”, cuando que los verdaderos enemigos de este gobierno “están dentro del mismo gobierno”. Y aconsejábamos a los asesores del señor Abdo Benítez que le recuerden el final de Fuenteovejuna.

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Este “destino de caos” (publicado el 18 de setiembre del año pasado) podía haberse evitado. Pero el Presidente optó por continuar entre “círculos y burbujas”, incapaz de percibir la dramática realidad que nos agobia, por su propia ineptitud y por su cohorte de “analistas” adulones que le dibujan un país que solo existe en la fantasía de los inescrupulosos. Este gobierno ha perdido toda autoridad. Por eso, diferentes sectores de la sociedad anunciaron que no respetarán las nuevas restricciones dispuestas días atrás. Y el Poder Ejecutivo tuvo que retroceder y modificar su decreto. El débil liderazgo del Presidente terminó por esfumarse. Los cambios realizados dentro de su gabinete, en contra de su deseo, solo son remiendos que no podrán sostener por mucho tiempo una estructura profundamente averiada.

Sin autoridad moral, sin liderazgo y sin voluntad para introducir reformas de fondo, el futuro se avizora más desalentador que este calamitoso presente. La sociedad que, en su enorme mayoría, fue disciplinada durante este año de confinamiento, perdió la paciencia. Por eso salió a la calle. Y lo seguirá haciendo porque el Gobierno malgastó su legitimidad de origen por su propia ineficiencia. Ineficiencia que es el invariable resultado de la improvisación, la incompetencia y el alto grado de corrupción que contamina casi toda la esfera pública. Por eso, en junio (2020) advertíamos que “lo peor está por venir”, aunque, también, aclarábamos que “este gobierno no siente como una amenaza el hartazgo ciudadano porque no está expresado en masivas movilizaciones”. Hasta que, finalmente, ocurrió. Y seguirá ocurriendo, porque este modelo de gestión del poder despilfarró su última cuota de credibilidad. A pesar de que el gabinete del señor Abdo Benítez es multicolor la carga de su fracaso y la frustración social recaerán con mayor peso sobre los hombros de su partido, el Colorado.

Aunque el juicio político no haya prosperado (argumentando algunos de sus detractores que abriría otra crisis dentro de la crisis), el destino del presidente Mario Abdo Benítez ya está sellado. Ante la primera movilización fuerte de la ciudadanía optó por el silencio. Desapareció, preso de sus temores. Corroboró lo que ya sabíamos: que no está preparado para gobernar. Porque gobernar conlleva enfrentar crisis y superarlas, por la vía de los acuerdos, pactos y consensos. Con la pobreza, la desocupación y la muerte golpeando miles de puertas, lo seguro es que más colectivos se sumarán a las marchas de protestas, con sus peligrosos componentes de infiltrados y violentos. La tragedia puede estar agazapada en cualquier esquina. La inestabilidad socioeconómica es nuestra única certeza. Así llegaremos al 15 de agosto del 2023, si es que el mandatario no renuncia antes. Con un presidente que permanecerá el resto de ese tiempo como aquel recordado personaje interpretado por Jack Nicholson: con la soga al cuello. Buen provecho.

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