• Por Eduardo “Pipó” Dios
  • Columnista

No va a ser la primera ni la última vez que voy a hablar de la reforma constitucional aquí o en algún espacio en los medios, o en ronda de amigos.

La tan vapuleada y temida reforma, y su hermanita menor, la enmienda, han sido convertidas en cucos por muchos de los opinólogos de redes, algunos políticos y muchos papanatas (estoy fino hoy... pasa que es tema de gente muy seria... casos serios más bien).

Los que las temen o las atacan, o las atacan porque las temen, son una fauna variopinta. Por un lado, algunos tienen miedo a que se introduzcan cambios en temas delicados, como el aborto (bloqueado por el artículo 4°) o el matrimonio igualitario. Antes que nada, se necesitaría una mayoría para cambiar estos puntos, y estos temas no están en la agenda de la mayoría, sino más bien de minorías y algunas ONGs ávidas de dólares y euros frescos para seguir viviendo sin mucho esfuerzo. No estará en la propuesta de los partidos políticos mayoritarios, que por fuerza electoral tendrán las mayorías para evitar dichos cambios con el beneplácito de, valga la redundancia, mayoritarios sectores religiosos y conservadores.

También están algunos ex constituyentes del 92, que han dejado de existir políticamente y ven con recelo que se deje sin efecto el mamotreto que nos enchufaron con la excusa de la transición democrática y demás yerbas.

Otros son los sectores políticos que le tienen un cagazo negro a la reelección de los ex presidentes que aún siguen en la política, o los que puedan venir, como si gobernar 5 o 10 años sea algo inusual en el mundo y fuera lo mismo que 35 años de dictadura de la que “nos salvaron” en 1992.

Ahora bien, por qué sí es necesaria la reforma de la Constitución. Primero y principal, el Poder Judicial, piedra fundamental contra la que nos estrellamos todos, donde el control del poder político, sobre este poder del Estado, hace que sea una quimera hablar de justicia, de acabar con la impunidad, el robo del Estado, el crimen organizado y demás. El sistema de elección de ministros de la Corte, jueces y demás está en manos de los políticos, con un Consejo de la Magistratura espantoso, que digita todo de acuerdo a interese espurios, y un Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados que es una pistola en la sien de los que intenten hacer justicia. Este primer punto ya justifica solito la reforma constitucional.

Otro punto, el poder omnímodo de las mayorías parlamentarias, que gobiernan a su gusto y paladar, vendiendo impunidad a los demás poderes, aparte de blindar a los chanchos de su chiquero y deshacerse de sus enemigos. Lamentable, debe ser reformada desde la reelección indefinida de parlamentarios hasta la forma de sacarlos del cargo, sin que prime simplemente la conveniencia política de sus pares. La disolución de las cámaras también debe ser prevista, así como el llamado a nuevas elecciones, como en cualquier país civilizado.

Ni hablemos de poner en claro los baches respecto a las acefalías en el Ejecutivo, las suplencias en el Congreso, las formas de elección, los senadores vitalicios, etc., etc. y etc.

Finalmente, la famosa reelección presidencial debe ser tratada y debe ser producto de un pacto político, que si taaanto miedo le tienen a los que fueron presidentes, puede pasar por algún artículo transitorio que condicione la misma, al final, al menos a mi criterio, hay gobiernos que no deberían durar más que unos meses, y otros que mejor dejarlos y que sigan haciendo medianamente bien las cosas, sin empezar de cero y parando el país.

Entonces, dejemos de temer al cuco, y que los que saben, elaboren sus propuestas, escuchémoslas y decidamos el modelo de país que queremos, porque este no da más.

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