- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
En términos militares diríamos que fue extraído en un operativo comando. El complicado Ministerio del Interior ya evidenciaba la ineficiencia de su gestión, que no podía cubrirse con la simple verborragia, y aparecían también las primeras denuncias de irregularidades. El agudo ojo de algún veterano dirigente pensó que había llegado el momento de rescatarlo. En un enroque inteligente, la torre se colocó al lado del rey. Su lugar en el tablero fue cubierto por alguien con experiencia académica en el área de seguridad. Y que cayó agradable a un sector considerable de la sociedad. De estas movidas, Juan Ernesto Villamayor se instaló en la Secretaría General (y jefe del Gabinete Civil) de la Presidencia, mientras Euclides Acevedo (que no es colorado) pasó a comandar la secretaría de Estado más conflictiva de cualquier gobierno.
En 1992, cuando Horacio Galeano Perrone aparecía como el candidato de los militares para las elecciones presidenciales, abandonó el Ministerio de Educación (y Culto, en ese tiempo) y lo nombraron secretario general de la Presidencia de la República. Fue cuando pronunció una de sus más recordadas frases: “Ya vine aquí para quedarme”. Por razones que se pierden en rumores de conventillos no fue el elegido. Andrés Rodríguez y Lino César Oviedo optaron por Juan Carlos Wasmosy. Villamayor no replicó la frase de Galeano Perrone, pero, como todo político de larga (aunque borrascosa) carrera, probablemente llegó con las mismas ambiciones. Su conocido retoricismo y su buen manejo del derecho eran atributos suficientes para sobresalir en un entorno demostradamente mediocre. La función de vocero del jefe de Estado le iba a permitir estar en contacto directo y cotidiano con los medios de comunicación.
Ese bólido de fuego llamado covid-19 encontró al ahora destituido funcionario desacostumbradamente callado, salvo esporádicas e intrascendentes apariciones. Su condición de vocero fue derivada al ministro de Salud (ahora ex) Julio Mazzoleni y al ministro del Interior, Euclides Acevedo (hoy canciller). No es descartable que él mismo haya desechado ese carbón ardiendo para mantenerse fresco ante una eventual candidatura. Ya no lo sabremos. Enfrente tenía a dos potenciales adversarios dentro del propio gabinete: Eduardo Petta y Arnoldo Wiens, quienes, como ya apuntamos en otras ocasiones, ya pusieron los pies en la raya de cal desde el 15 de agosto del 2018.
En algún momento el propio Mario Abdo quiso introducir un nuevo protagonista: Mazzoleni, por sus acertadas y drásticas resoluciones de urgencia en los primeros meses de la pandemia, argumentando que tenía el 98% de aprobación ciudadana. Sin embargo, en ese mismo periodo la corrupción ya había contaminado el Ministerio de Salud Pública. Y comenzaron a asomar los primeros síntomas de improvisaciones y medidas contradictorias que evidenciaban la carencia absoluta de un plan estructurado a largo plazo. El sistema de salud colapsado y la falta de insumos en los hospitales públicos provocaron una nueva marea en un mes marcado como trágico e histórico en nuestro calendario político: marzo. Las fuertes olas arrastraron a Julio Mazzoleni, Juan Ernesto Villamayor y Eduardo Petta.
El frente del oficialismo, en este momento, está desecho y desorientado. Lo que no implica que vaya a quedar sin candidatos. Hasta hoy, también ya lo dijimos, ningún presidente de la República ha renunciado a sus pretensiones de dejar a un sucesor de su mismo círculo. Otras corrientes del Partido Colorado analizan nombres sin el apuro de intentar gobernar presionado por crisis políticas, económicas, sociales y sanitarias. La oposición, por de pronto, es un monstruo de varias cabezas.
El camino al poder político no es lineal. Una trayectoria fijada por la formación y la militancia puede truncarse por sucesos extraordinarios. O por mala lectura de las coyunturas. A veces se llega por vacíos involuntarios que otros dejaron. Por imprevistos de la historia. Así como se desbaratan las planificaciones mejor orientadas por esas mismas razones. El porcentaje del azar puede ser derrotado por la perseverancia, la voluntad y la disciplina. No se trata simplemente de insistir una y otra vez, sino de mantener una conducta invariable. He aquí las incógnitas de este agitado panorama político.
Marzo de 1999 trajo en sus mareas a un presidente inesperado: Luis Ángel González Macchi. El asesinato de Luis María Argaña y con Lino Oviedo prófugo (en ese marzo del 99) allanaron y acortaron el camino para la ascensión de Nicanor Duarte Frutos (2003). A finales de marzo de 2006, Fernando Lugo, ante 35 mil personas, inicia su marcha hacia el Palacio de López, en una convocatoria en contra del mandatorio de entonces, alegando transgresión a la Constitución Nacional. Marzo de 2017 –con quema del Congreso incluida– que se pretendió como un trampolín para la oposición, finalmente, consolidó la candidatura del señor Abdo Benítez. Y con la unidad de su partido ganó las elecciones generales del 2018. Ahora, marzo del 2021 ya arrastró a varios ministros y a algunos aspirantes al sillón presidencial. Y eso que estamos apenas a mitad de mes. Buen provecho.