• Por Carlos Mariano Nin

Cuando comenzábamos a recibir noticias de la pandemia todo era muy confuso, pero cuanto más se acercaba a nosotros más miedo nos metía. Los casos se esparcieron por el mundo como un reguero de pólvora y estallaban en los informes finales de salud con cifras que no dejaban de crecer.

Pasamos un año y poco más. Nos confinamos y cierta psicosis se apoderó de nosotros.

Los científicos fueron conociendo al virus y nos recomendaban medidas simples, cotidianas que nos ayudaban a luchar contra el inoportuno enemigo.

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Y así comenzamos a lavarnos las manos, usar tapabocas, evitar las aglomeraciones y hasta desinfectar las bolsas de las compras en el supermercado e incluso los zapatos antes de entrar a casa.

La carrera contra reloj comenzó y cientos de laboratorios trabajaron en descubrir una vacuna que nos proteja y que no tardó en llegar.

El proceso fue extraordinario. A una velocidad sin precedentes en la historia de la medicina. Si anteriormente se tardaba entre 5 y 10 años, el tiempo se acortó a 8 - 12 meses.

Fue así que el primer candidato a la vacuna entró en evaluación clínica el 16 de marzo de 2020. Muchos dijeron que no confiaban precisamente en las vacunas por esta rapidez, pero lo que no saben es que el proceso resultó favorecido por la rápida publicación del genoma del virus (la secuencia genética del SARS-CoV-2 se publicó el 11 de enero de 2020) y que ya existían plataformas tecnológicas para el SARS- Cov-1 y el MERS.

La rapidez con la que se conoció la secuencia genética del SARS-CoV-2 y el aprovechamiento de líneas ya existentes de desarrollo de nuevas vacunas contra otros virus, propiciaron la rápida aparición de las vacunas candidatas contra el nuevo coronavirus.

Y eso nos dio cierta seguridad. Entonces fuimos abandonando las medidas… y el miedo. Pero las vacunas para todos nunca llegaron a nuestro país y, con el relajo y el cansancio, comenzamos a descuidarnos.

En las últimas semanas los casos volvieron a repuntar con mil o más contagios por día, siempre sobre los quince muertos y doscientas sesenta personas en terapia. Hoy todos, o casi todos, lloramos una muerte en nuestro círculo o un conocido está enfermo, infectado o con síntomas.

El hartazgo no debe llevarnos a bajar la guardia. Yo sé que todos estamos cansados, estresados y hasta agobiados, pero no es joda. A veces no lo dimensionamos hasta que nos toca de cerca. No esperes que eso suceda. Sin vacunas y con pocas esperanzas de tenerlas, solo contamos con la prevención más simple, tres reglas que se repiten hasta el cansancio: usar tapabocas, lavarse las manos y evitar las aglomeraciones.

Igual, la vacuna no va a cambiar mucho las cosas. Nos va a dar más protección, es verdad, pero el virus ya no se va a ir. Estamos ante una nueva forma de vivir.

Con solo 28 días, febrero terminó como el mes con más casos confirmados de covid-19 en Paraguay desde que se registró el primer caso, en marzo de 2020.

El segundo mes del año cerró con 26.252 personas contagiadas. Este dato resulta importante, considerando que febrero tiene tres días menos que enero.

Crecimos, evolucionamos para ganarle la batalla al virus. Pero sin tu parte vamos a perder la guerra. No le des ventaja. Alguien en algún lugar espera a alguien. Alguien te espera en tu casa, en la casa de tus padres o la de tus hijos.

Las cifras no son solo números. Es gente que muere, familias de luto, sillas vacías. Todos los números tienen un rostro, una cara. Que seas vos depende de vos y vos ayudás al de al lado y así… pero claro, esa es otra historia.

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