- Por Eduardo “Pipó” Dios
- columnista
En el Paraguay, cada vez que sucede algo que conmociona de alguna manera a la ciudadanía, no falta el buey corneta, con o sin banca en el Congreso, que propone nuevas leyes. A cada problema que surge se plantean nuevas leyes, populismo en su más puro estado, como si una ley solucionaran los problemas de base, profundísimos; como si no hubiese ya leyes, que obviamente no se cumplen, para intentar evitar los crímenes o delitos.
Si un motocarro azul con 3 tipos encima, adictos al chespi, asaltan a una empleada de una pizzería, a las 3:00 y le roban el celular a punta de cuchillo, no falta el que se compromete a las 7:00, delante del primer micrófono que le ponen enfrente, a proponer una “ley que prohíba que los motocarros lleven más de dos personas entre las 00:00 y las 7:00, y menos aún armadas con cuchillos”. A los que obviamente les responden todos los motocarreros explicando por qué tienen que ir de a tres y la Policía diciendo que no tiene personal, ni recursos para controlar si van armados, los que van entre dos o menos.
Esto no amilana el “espíritu legislador” de los muchachos que le dan para adelante, y dependiendo de que nadie se dé cuenta y mande al córner el proyecto, se termina aprobando con bombos y platillos.
Pero mucho más graves son los proyectos antialgo. Por ejemplo: cuando a un iluminado se le ocurrió bajar por ley las tasas de las tarjetas de crédito, a niveles de primer mundo, pero para ricos de primer mundo, ya que en ese mundo la mayoría paga tasas en monedas duras, que están prohibidas acá, en guaraníes.
Resultado, una crisis económica que sigue hasta el día de hoy y a las que, obviamente, se fueron sumando problemas internos y externos, como el despilfarro del actual gobierno, los precios de los commodities y la pandemia. Pero en estos últimos 6 años, mandamos a la informalidad a un número enorme de ciudadanos que alegremente pagaban sin drama su tarjeta de crédito y consumían, y hoy sobreviven apenas para pagar la cuota de préstamos a altísimas tasas en su usurero “de confianza”, si es que ya no están embargados hasta la zapatilla.
Es lo mismo que se ha hecho con las famosas leyes antilavado y el Gafilat. Un paquete de leyes que nos imponen, con la venia de los políticos de turno, y sus intereses políticos transitorios, del momento, con los que supuestamente apretarán a sus enemigos políticos, y que simplemente terminan de matar al comerciante de frontera, siempre vilipendiado como lo peor del mundo, pero de cuyo trabajo e ingresos viven la clase política y los funcionarios, que tanto los rechazan. De su dinero hacen campañas, llegan al poder y luego se encargan de pegarse el tiro en el pie, de la manera más idiota.
Ahora pregunto yo, estos empleados de comercios de ciudades de frontera, los grandes y pequeños comerciantes, los ciudadanos que apenas sobreviven, gracias al estrangulamiento al que son sometidos por los políticos a los que ellos financiaron y votaron, que hoy se alinean ante las presiones de los intereses de los comerciantes de países gigantes como Brasil, que con el título de “lavado” quieren acabar con el negocio de la frontera paraguaya sin siquiera plantear una salida laboral razonable para los miles que cada día van quedando en la calle, ¿seguirán votando a sus verdugos?.
Es la hora de que esos miles de ciudadanos exijan a sus representantes, regionales o nacionales, que peleen por sus intereses y sus fuentes de trabajo, porque el camino no tiene retorno. Fuera de la frontera también sentimos cada día las trabas que presentan estas leyes, cuando queremos cambiar unos pocos dólares o queremos recibir o remesar dinero en cantidades, ridículamente pequeñas y vemos las trabas absurdas que nos impone la ley y un Banco Central totalmente ajeno y aislado de la realidad y de la búsqueda de soluciones. Ahora cierran las casas de cambio, mañana serán los demás comercios y luego las industrias.
Desde el Gobierno no hay, ni habrá respuestas, hay que aprovechar las elecciones para exigir y demandar cambios en esta política suicida de querer quedar bien con el Gafilat a cualquier costo, aun a costa del pan de los paraguayos.