- Por Estrella Flores-Carretero
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Las organizaciones rígidas no pueden sobrevivir en un mundo que cambia rápidamente, con una tecnología en constante avance y una economía imprevisible. Solo las empresas flexibles, dispuestas a probar nuevos métodos y a cambiar los procesos, van a ser capaces de superar las adversidades.
Para ello, es importante que la cultura del cambio se instale en la empresa. Todos los que participan en el proyecto corporativo deben saber que las nuevas ideas son bienvenidas, que todo es mejorable y que no hay nada inmutable.
En una empresa flexible no caben las frases “esto es así” o “siempre se ha hecho de ese modo”. Por el contrario, la pregunta es: “¿se te ocurre una forma mejor de hacerlo?”. Y es necesario:
Cambiar lo que no funciona, pero también lo que funciona. El planteamiento inmovilista de “si no está roto, no hay por qué arreglarlo” está pasado de moda. Es verdad que algunos procesos instalados en la rutina empresarial no dan problemas, pero eso no significa que sean inmejorables.
Liderar con flexibilidad. La flexibilidad bien entendida no se limita a la producción, la contabilidad, los procesos… también debe abarcar el principal activo de la organización: las personas. Es importante flexibilizar dando la opción de compartir proyectos en lugar de asignarlos a un solo trabajador, brindar cambios de puesto y responsabilidad, atender a las excepciones coyunturales, es decir, buscar el bienestar de las personas para obtener su máxima implicación en la empresa y reafirmar así su lealtad.
Tener una vida personal satisfactoria implica mejorar el desempeño laboral. Los líderes deben esforzarse por formar equipos cambiantes, delegar, descubrir el diferente talento de cada uno y organizarlo según cada proyecto y cada circunstancia.
Ser actor es mejor que ser espectador. La tecnología no se detiene: apenas acabamos de conocer un programa informático cuando ya nos presentan a su sustituto. Es imposible luchar contra el cambio, así que lo ideal es adoptar las novedades antes de que lo haga la competencia. No esperemos a ver cómo pasan los corredores delante de nosotros, sumémonos a la carrera cuanto antes. Para ello, hay que invertir constantemente en formación de todo tipo, porque proporcionar nuevos conocimientos y habilidades evita el tecnoestrés, la desadaptación, el burnout, la desmotivación...
Educar las emociones. Se me ocurren numerosas razones para ser flexible, por lo que nos ha ocurrido y por lo que nos puede pasar. Todos, corporaciones y personas, deben aprender a adaptarse a los cambios con rapidez, sin alterarse, sin miedo, sin resistencia e, incluso, con la ilusión de un nuevo reto. Quienes saben gestionar emociones no solo están abiertos a cambiar de planes, desarrollar nuevas habilidades y manejar lo inesperado con sus mejores recursos, sino que, además, disfrutan con las responsabilidades, tienen una mente abierta para barajar diferentes perspectivas, saben escuchar, son optimistas, tranquilos, confían en sus capacidades y en el valor de su esfuerzo. Una buena educación emocional suele proporcionar en la vida una red de apoyo personal y laboral, para compartir, ayudarse unos a otros, ofrecerse como voluntarios, colaborar.
En mi opinión, conviene tener presente este brillante pensamiento de JFK, el que fuera 35º presidente de Estados Unidos: “El cambio es ley de vida. Cualquiera que solo mire al pasado o al presente, se perderá el futuro”.