Muchos de nosotros seguimos viviendo el día a día, enredados en nuestras tareas cotidianas, dejando de lado “parar la pelota” y sentarnos a pensar y reflexionar acerca de la importancia que reviste el mirar de vez en cuando hacia adelante, que nos permitan dentro de nuestras organizaciones poder desarrollar estrategias a mediano y largo plazos que resulten mucho más sostenibles y sustentables que nos permitan poder llegar de mejor manera a los objetivos y metas que nos podamos proponer, dentro de un mercado estrecho como el nuestro, pero cada vez “más peleado” y competitivo en los diversos segmentos de negocios.

Son aquellos que no tienen un norte definido sobre el destino al que desean llegar, muchas veces mansamente dejarse arrastrar por la corriente, hasta que de pronto despiertan de su letargo y se dan cuenta de que si no poseen también planes estratégicos de mediano y largo plazos, muy difícilmente podrían seguir sobreviviendo dentro del mercado, pues es bien sabido que muchos competidores se están reinventando día a día, y si no ajustamos la realidad de nuestros productos y estrategias de negocios a lo que desean nuestros clientes, es casi seguro que tendremos una corta vida.

Muchas veces seguimos concentrándonos en evitar chocar con las rocas cuando estamos navegando, enfocando siempre nuestra mirada en el presente y dejando en contrapartida de lado el mirar y pensar un poco que nos podría deparar el futuro en el mediano y largo plazos, pues si tenemos metido dentro de nuestro ADN la cultura cortoplacista, en pleno siglo XXI, tarde o temprano estaremos condenados a sucumbir.

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Son aquellos que agotan su tiempo y su energía en la operatividad del día a día, creyendo que tienen que estar en todos los detalles a fin de no perder el control.

En la vida real tenemos a muchos líderes que siguen dejándose llevar por la inercia, creyendo que porque obtuvieron buenos resultados en el pasado el presente les podría seguir deparando igual fortuna.

Son aquellos que por el simple hecho de dejarse llevar por la lentitud en sus hábitos y movimientos, hasta que un cambio en el contexto o un problema inmanejable los obliga a reaccionar, pues no se han dado cuenta o bien no los quisieron, de que el ser pragmático es el mejor aliado para ir visualizando y viendo de cerca los problemas que se puedan ir suscitando en el día a día a fin de encontrarle una solución positiva en tiempo y forma y no actuar reactivamente cuando el problema ya lo tenemos sobre nuestra cabeza.

Cuántas personas que creen tener pasta de líderes subestiman la gravedad de los hechos, tapando sus oídos para no oír el estruendo del agua.

Muchos de ellos suelen decir: Las cosas no están tan mal como aparenta. No hay motivo para tomar decisiones drásticas ahora mismo.

Se autoconvencen y tratan de convencer a otros de que todo va a mejorar muy pronto, cuando se llegare a concretar tal o cual negocio, cuando cuenten con un profesional con el perfil que están esperando, o reorganicen las áreas de la empresa en donde consideran que hay algunas “tuercas por ajustar”.

Es posible que logren mantener a su organización a flote por algún tiempo, dado que no tienen clara “la película” de hacia dónde deben remar, ante lo cual siempre estará presente el riesgo potencial de verse arrastrado por la corriente.

No están preparados, o bien la necedad los supera para poder discernir muy bien de que lo que hoy podría parecer ser una solución para su empresa podría constituirse en un problema más adelante, lo cual en muchas ocasiones hace que se cumpla el dicho de que “el remedio resultó peor que la enfermedad”.

Para que podamos salir de este círculo reactivo y cortoplacista, es necesario que exista un cambio hacia la cultura del pensamiento estratégico, en donde al inicio de cada año estructuremos nuestros planes estratégicos organizacionales y revisemos lo que diseñáramos el año anterior a fin de poder ir haciendo en forma continua y sostenible las correcciones que sean necesarias.

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