- Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
- Dr. Mime
Que las neurociencias se han introducido en cuanta disciplina exista no es ya secreto. Desde esta misma columna hablamos de su incidencia en disciplinas tan obvias como la educación o el marketing, pero también en áreas tan impensadas como el derecho o la política. Por eso, no creo que les sorprenda cuando les digo que también la arquitectura recibe sus beneficios del estudio de las neurociencias. Es la rama de estas que se dio a llamar neuroarquitectura, y cuya función es entender, a través de la neurociencia, cómo el espacio afecta a la mente. Disfrazada de nombres varios (como el conocido Feng Shui), hoy en día se puede adecuar el interior de edificios y estancias para potenciar más y mejor la expresión de los códigos con los que se aprende y memoriza, así como ayudar a mantener el cerebro joven y probablemente el estado de ánimo sereno y relajado. Y como siempre digo, esto debería formar parte de las adecuaciones curriculares de las materias de la profesión de manera concurrente para formar profesionales con más armas para desarrollar mejor su labor.
La neuroarquitectura enseña, con sencillos trucos aptos para todas las casas, cómo mejorar (aunque no se pueda creer) el ambiente de vida o trabajo, a fin de conseguir una mayor concentración, serenidad, creatividad, bienestar emocional e incluso mantener más activo el cerebro. De hecho, sabemos que un ambiente natural rebaja los niveles de estrés, por lo que, y avalado por numerosos estudios, la presencia de elementos naturales, como plantas o flores, en el interior de las casas disminuye el estrés y favorece la concentración, la productividad y el aprendizaje. Igualmente, la presencia de luz natural provoca reacciones químicas en el cerebro que favorecen todos estos procesos. Desde una simple ventana estratégicamente ubicada puede servir de “escape psicológico”, permitiendo que, al visualizar cielo o naturaleza, por ejemplo, se sienta confort, sobre todo si a través de ella se ve un paisaje natural… Aunque los cuadros o pósteres que los recrean producen un efecto similar. ¿A quién no le gusta un gran cuadro de una playa o unas montañas en un ambiente cerrado en lugar de una pared triste y monótona?
Pero hay más. La altura del techo condiciona al cerebro para su labor, ya que un techo alto aporta siempre sensación de amplitud y, como consecuencia, favorece la creatividad, mientras que un techo bajo da sensación de recogimiento y evoca cierta protección, por lo que favorece los trabajos de interiorización y ofrece paz. Por eso, se recomienda que en la zona de techos más alta de la casa, por ejemplo, conviene instalar ahí la zona de lectura o estudio para aprovechar la ventaja que esto le otorga al cerebro. Igualmente, las formas orgánicas tranquilizan, ya que nuestro cerebro percibe los ángulos agudos (aristas en muebles o paredes) como elementos con cierto carácter agresivo, y hoy sabemos por imágenes de resonancia magnética funcional que cuando el cerebro se encuentra frente a cantos agudos o puntiagudos, se activa el área de la amígdala, nuestro centro cerebral de alerta y miedo, mientras que las formas redondeadas proporcionan paz y serenidad (por eso se sugiere elegir muebles de terminaciones redondeadas o suavizar las puntiagudas con objetos circulares u ovalados para suavizar las formas).
El cerebro es un reflejo de lo que ocurre en el hogar: cuando reina el desorden, se crean obstáculos mentales, por lo que podemos sentirnos agobiados y confusos. Mantener el espacio ordenado y limpio contribuye a poner orden en el cerebro, ya que un entorno agradable y armonioso comporta la secreción de hormonas relajantes como la serotonina o la oxitocina. Además, no olvidemos que la atención está conectada con la capacidad de fijar recuerdos, por lo que las cosas se pierden cuando las dejas en un lado sencillamente porque estás pensando en otras cosas… ¿Cómo lo solucionamos? Sencillo: con orden. Por eso no encuentras las llaves cuando, al dejarlas en algún sitio, estabas pensando en otras cosas. La solución a ello es, de nuevo, el orden. Entonces, le daremos la razón a la gurú del orden que es estrella de Netflix, Marie Kondo.
No nos quedamos atrás con el ambiente, ya que un ambiente lleno de estímulos visuales favorece la generación de nuevas conexiones neuronales. Decorar la casa con cuadros, fotos o frases por las paredes es una elección que mantiene ágil y joven el cerebro. Los colores cálidos (amarillos, naranjas y rojos) fomentan la creatividad; en cambio, los tonos fríos como el azul o el violeta ayudan a mejorar la concentración. Además, si nos rodearnos de objetos e imágenes que tienen un significado emocional (porque nos recuerdan buenos momentos o nos inspiran), aumenta la sensación de bienestar porque el entorno influye sobre el tipo de pensamientos y sobre la producción de hormonas y neurotransmisores en el cerebro.
¿No les parece, entonces, que la neurociencia está en todos lados? Definitivamente, cada sábado vamos viendo que estamos DE LA CABEZA con estos temas. Nos leemos en siete días.