- POR MARCELO PEDROZA
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
Fedón le cuenta a Equécrates que a Sócrates, estando a punto de morir, se lo veía un hombre feliz, “… tanto por sus comportamientos como por sus palabras, con tanta serenidad y tanta nobleza murió”. La coherencia de la conciencia de paz tiene ejemplares testimonios.
Cuando el maestro fue informado que ese día debía tomar la cicuta, orden que fue comunicada por los Once, identificados como magistrados que cuidaban a los prisioneros y hacían cumplir las penas impuestas, el viejo sabio recibió a sus afectos. Recién desencadenado, cuenta Fedón que les dijo: “¡Qué extraño, amigos, suele ser eso que los hombres denominan placentero! Cuán sorprendentemente está dispuesto frente a lo que parece ser su contrario, lo doloroso, por el no querer presentarse al ser humano los dos a la vez; pero si uno persigue a uno de los dos y lo alcanza, siempre está obligado, en cierto modo, a tomar también el otro, como si ambos estuvieran ligados en una sola cabeza”. Hacía instantes que le habían sacado los grilletes representativos del sufrimiento y se detenía a estimular a los suyos, a darle ánimo, a motivarlos a seguir creyendo en sus ideales.
Sócrates motiva a la humanidad a asumir lo que vive. Su gesto es histórico, como su esencia eterna. Sócrates es Jantipa, Apolodoro, Tebas, Xanthippe y toda la juventud que lo siguió. También es Juan, Claudia o Jorgelina, que hoy, a través de las lecciones de Platón y Jenofonte, admiran su legado.
Jacques-Louis David (1748-1825), artista francés, en 1787 le dio inmortalidad pictórica al óleo que llamó “La muerte de Sócrates” (La Mort de Socrate), obra icónica para esa época política de Francia, dado que se gestaba la Revolución Francesa. David ingresó al Salón de París, fue en la exposición anual organizada por la Académie des Beaux-Arts, allí encontró el respaldo a su trabajo. Y deslumbró ante el imperio existente del estilo rococó. En el presente, se exhibe en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
El Fedón de Platón impregna de emotividad a quienes siguen la narración de las últimas horas terrenales de Sócrates, quien en la pintura de David se muestra enérgico y decidido a honrar su trayectoria de vida. Critón posa la mano sobre el muslo de Sócrates, como tratando de pedirle que reconsidere su decisión; por otra parte, quien le entrega la cicuta no se anima a mirarlo, mientras que Platón está abatido en el margen izquierdo, y hay estudios detallados de críticos de arte sobre cada uno de los integrantes de esa escena. Dicha imagen trasciende al episodio en sí mismo y puede llevarse al plano de las experiencias personales, dado que interpela las creencias, los acontecimientos y los actos de la vida.