- Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
- Dr. Mime
Si bien la música en general es un enorme catalizador de emociones en el cerebro (positivas y negativas hay que decirlo), existen algunas que “nos mueven la estantería”. De hecho, la música está considerada entre los elementos que causan más placer en la vida, ya que libera dopamina en el cerebro como también lo hacen la comida, el sexo y las drogas. Todos ellos son estímulos que dependen de un circuito cerebral subcortical en el sistema límbico, es decir, aquel sistema formado por estructuras cerebrales que gestionan respuestas fisiológicas ante estímulos emocionales; particularmente, el núcleo caudado y el núcleo accumbens y sus conexiones con el área prefrontal, lo que dimos en llamar repetidamente en esta columna semanal como sistema de recompensa cerebral. Los estudios que muestran activación ante los estímulos mencionados revelan un importante solapamiento entre las áreas, lo que sugiere que todos activan un sistema en común.
Escuchar música no solo es el hecho de activar las zonas donde esta se capta, sino que, en realidad, se trata de una experiencia sensorial unificada. Las personas aprenden y conocen por distintas vías. Por ejemplo, si conoces a una persona en un momento en que no tienes, hambre, no tienes frío y estás escuchando una música que te agrada, esa personas te parecerá más agradable. Lo mismo, si una persona debe estudiar: si lo hace con música que le agrada, el momento será más placentero. Algo similar ocurre con los recuerdos. A veces, una persona adulta escucha una canción que cantaba y bailaba cuando era joven, esa canción le evocará recuerdos de entonces, los amigos de esos años, las actividades que realizaba y hasta situaciones que creía olvidadas (por eso la terapia con música es tan útil en el tratamiento de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, pero eso es tema de otro día). En nuestro cerebro no existe una sola estructura que decodifique este estímulo, sino que son muchas las partes del cerebro que se activan cuando oímos música, por lo tanto, hacerlo genera una activación de diferentes lugares. Por eso, la música retro es tan “pegadora” en todo sentido: todos nos quedamos “duros” cuando tocan esa música que bailábamos apretados en los 80 o sobre los parlantes en los 90... o después.
Pero, ¿qué sucede cuando la música “es escuchada”? Una vez que los sonidos impactan en el oído, se transmiten al tronco cerebral y de ahí a la corteza auditiva primaria; estos impulsos viajan a redes distribuidas del cerebro importantes para la percepción musical, pero también para el almacenamiento de la música ya escuchada; la respuesta cerebral a los sonidos está condicionada por lo que se ha escuchado anteriormente, dado que el cerebro tiene una base de datos almacenada y proporcionada por todas las melodías conocidas. Y allí se produce la magia, la relación con los recuerdos (buenos y no tanto), y “nos gusta” o “nos mueve” esa música que estamos oyendo. Esa “magia” podría deberse tanto a una razón biológica para que unos acordes nos agraden más que otros, como también a una cuestión cultural. Esta última parece ser la razón más poderosa: probablemente nuestras preferencias acústicas dependen más de la exposición a un determinado estilo musical que de un rasgo inherente al sistema auditivo. Dicho de otra manera, es posible que las clases de sonidos para las que podemos adquirir de forma sencilla respuestas estéticas están restringidas por lo que es fácilmente discriminable, y eso está determinado hasta cierto punto por la biología, ya que, en apariencia, la respuesta estética que se asocia con una clase de sonidos se adquiere mediante la exposición a una cultura. En resumen: lo que estamos acostumbrados a escuchar es lo que nos hará preferir y gustar de ciertas músicas.
Ahora a disfrutar del sábado, poner la música que más nos gusta, y dejarnos estar DE LA CABEZA por esa canción que nos alegra el cerebro... y el alma.