• Por Mariano Nim
  • Columnista

Hace un tiempo un politólogo amigo me decía que la política en sí no es mala. Los malos son los políticos que hacen de la política un botín. Al fin de cuentas, la política es solo el medio para garantizar a la sociedad el bien común. En pocas palabras, la política debería ser algo así como un apostolado, haciendo de ella el ejercicio de la vocación para ayudarnos a organizarnos y vivir mejor.

Vivir mejor.

Eso no ocurre. A excepción de los buenos políticos (contados con los dedos de una sola mano), el resto de nuestros políticos hizo de la política un cambalache donde se mezclan los abusos, el nepotismo, el robo descarado y el prebendarismo.

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El legado es conocido por todos: la corrupnión.

Cuando un político o un funcionario público roba, no se trata solo de dinero, bienes o cosas materiales. No. Nos roba educación, salud, seguridad, todo lo cotidiano que nos afecta directamente.

Cuando vas a un hospital público y no hay medicamentos, cuando tu pariente necesita una terapia y buscas como loco y no encontrás, o si encontrás te obligan a gastar millones y al final tu paciente se muere, eso es lo que te roban los políticos.

Incluso cuando en tiempos difíciles, como la pandemia, pensás que es el momento en que los ladrones se reivindiquen, entonces nos vuelven a robar descaradamente. Una y otra vez.

En nuestro país, la corrupción tiene una aliada: la impunidad y junto a la impunidad una sociedad conformista que avala con su silencio el robo. Nos callamos y eso es malo.

Y la salud es solo un ejemplo, que se multiplica en todos los estamentos del Estado.

Nunca me pude explicar cómo el piso de una estación de servicios aguanta años sin mantenimiento y soportando miles de vehículos, mientras las calles con una lluvia se convierten en campos minados o desaparecen totalmente.

Estos días tuvimos el claro ejemplo. El caos provocado por el agua no es culpa de la lluvia. Es causado por la corrupción que nos inunda con “obras de Gobierno”, mientras la realidad nos golpea en cada calle.

La educación es otro claro ejemplo.

Estuvimos más de un año en cuarentena y hoy, a punto de comenzar las clases, nos enteramos que el 50% (sí, la mitad) de las escuelas públicas tiene algún problema de infraestructura (techos dañados, paredes con fisuras o no tienen puertas y ventanas, los muebles no están en condiciones y los baños, bueno… Mejor no hablar de los baños).

No falta dinero. Nos están robando el futuro.

Pero son estos días, días de lluvia, donde caminando, desde el colectivo o el auto, vas a poder ver con tus propios ojos cómo se ve la corrupción. Y cuando te enfermes por el dengue, que eso sí podría ser tu culpa, y vayas a un hospital y esté saturado, sin medicamentos ni una silla para sentarte a esperar, vas a comprobar en carne propia los efectos de la corrupción.

Pero podés hacer algo. Podés sumarte a cuanta manifestación contra los malos políticos haya y a la hora de votar, castigarlos. Vos los pusiste ahí y vos los podés sacar. Es tu responsabilidad. Claro, siempre y cuando no vendas tu cédula en las próximas elecciones.

Pero esa… es otra historia.

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