Hay necedades que no se perdonan. Una de ellas es no escuchar la voz, el testimonio y el legado de los que evidenciaron un compromiso especial con la patria y además lo ejercieron con altísima eficiencia. En el sector público se da con frecuencia que “cualquiera” investido del poder en un ministerio tiene la arrogancia de construir desde el desconocimiento lo que otros fundamentaron desde la alta razón y el talento.
En su tiempo, la pérdida de las simientes autóctonas de algodón, fruto de un extraordinario ciclo de Hernando Bertoni y sus expertos allegados, es un ejemplo; y en lo que nos ocupa hoy, la ausencia del legado brillante del pedagogo paraguayo Ramón Indalecio Cardozo de lo que se puede suponer como pensamiento educativo actual, inquieta, porque nos aleja de las metas históricas y porque –en esencia– reemplazar un proyecto de educación por el estrépito en las redes sociales y la plana polémica en los diarios, no es, ni será nunca, una buena apuesta.
“La educación nueva, preconizada por la pedagogía contemporánea, deberá ser realizada por la escuela activa que no es otra cosa que la institución social que enseña al niño de acuerdo con las leyes biológicas, psicológicas y sociológicas que rigen su desenvolvimiento”, decía el pedagogo guaireño, en sus reflexiones valoradas aquí y en otras naciones, exhortando a que la escuela sea un espacio de vivencias para los niños y jóvenes, y no una interrupción cotidiana. Reflexión que se fortalece en un tiempo en que debe resolverse el cómo continuar en medio de la pandemia que no se irá, al menos en lo que lleve de este año aún.
La expresión de los jóvenes egresados sobre la falta de aplicación desde la perspectiva oficial, la ausencia de rigor y las múltiples dudas en relación a la adopción de un sistema supone un todo inquietante.
“La escuela activa toma al niño como niño, no como adulto, y lo deposita en el medio social donde hay trabajo, libertad, orden, disciplina y moralidad, en contacto con sus semejantes, y le deja para que, de acuerdo con sus intereses propios, se descentre, exteriorice sus instintos, sus inclinaciones y predisposiciones, sus energías biológicas, para ejercitársele las fuerzas y predisposiciones útiles, a fin de que se acrecienten, y combatir las inútiles, las perjudiciales, creárseles hábitos, costumbres, pensamientos, sentimientos convenientes. Educa por medio de la actividad tomada en su acepción lata, física, moral, mental y espiritual”, dice también Cardozo, en su maravillosa cátedra, tan adelantada en el tiempo. Lo que nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de instalar autoridades con rigor profesional que sepan leer los dictados de esta compleja disciplina de la que depende, nada menos, el futuro de las generaciones.
Reemplazar el pensamiento pedagógico por una mirada partidaria, sectaria o por el funcionario “de confianza” que manejará al universo de docentes de acuerdo al capricho del gobierno de turno, es una horrible apuesta que deteriora el futuro del país.
Solo basta girar la cabeza de este mal momento y observar, en contrapartida, todo lo que se pudo avanzar con ideas como las Becas Carlos Antonio López, o la Universidad Paraguay – Taiwán, durante el gobierno anterior, para tener una semblanza de la eterna pulseada entre quedarse en el molde de la vieja política educativa de la mediocridad o saltar hacia el futuro con apuestas de innovación y cambios profundos.
“La enseñanza activa transforma a la escuela en una imagen del medio social, en una prolongación del hogar común, con sus preocupaciones y sus luchas en el ambiente telúrico. En la escuela activa se cree en el niño y se espera de sus esfuerzos”, sigue reflexionando Ramón I. Cardozo, mientras el barco de la educación paraguaya rumbea hacia mares poblados de escarcha y humo, en el que los propios alumnos, los mejores, reflexionan al final de un ciclo: “este año no nos enseñaron nada”.
Vivimos en dos países en materia educativa, uno, el de las Becas Becal y la Universidad de Taiwán que nos llena de orgullo, y el otro, el que es manejado por el MEC.