Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
Dr Mime
Cuando estaba pensando en qué escribir esta semana, una querida amiga me pregunta si el mal tiene una raíz cerebral… y surgió este tema cerebral sabatino.
Pensadores y filósofos contemporáneos manifiestan que lo preocupante de la existencia del mal es que cualquier ser humano, en determinadas circunstancias, puede realizar actos tremendamente malvados e inhumanos. La Neurociencia explica esto de una manera práctica, aunque como la maldad es un acto complejo desde el punto de vista cerebral, no es una respuesta absoluta… como todo en neurociencias. El IMT de Massachusetts en Estados Unidos analizó la actividad neuronal de un conjunto de individuos llegando a la conclusión de que, cuando las personas están en grupo, son más propensas a realizar acciones que individualmente les parecerían mal, e incluso a hacer daño a otras personas, como expliqué en uno de los apartados de mi libro “Cerebra la vida”. Las causas de la pérdida de moral cuando estamos en grupo pueden ser varias. Por ejemplo, podría deberse a que dentro de un grupo, la gente se siente más en el anonimato, más arropada por la masa que le hace creer que es más difícil de ser atrapada, a la par que siente una disminución del sentido de responsabilidad personal por las acciones colectivas, culpándole a la masa por esa simple cuan primitiva (y errada) ecuación tan humana de que “si todos hacen por qué yo no”. Por otra parte, los individuos agrupados “pierden el contacto” con sus propias costumbres y creencias y, por tanto, se pueden volver más propensos a hacer cosas que normalmente considerarían como “malas”. O dicho de otra manera: en la “manada” nos olvidamos de nuestra propia moral y de nuestra propia formación personal humana y adoptamos la costumbre del grupo, por más extraordinariamente contraria sea a la que nosotros creamos.
Los científicos del IMT midieron en concreto la actividad neuronal en una parte del cerebro involucrada en la reflexión sobre uno mismo: la corteza prefrontal medial, mediante imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI), una técnica que permite mostrar en imágenes las regiones cerebrales que ejecutan una tarea determinada, encontrando que, en algunos de estos voluntarios, dicha actividad se redujo cuando participaron en un juego como parte de un grupo, en comparación con cuando compitieron como individuos, presentando además más probabilidades de dañar a sus competidores que las que no presentaban esa disminución de la actividad cerebral (siempre en el contexto del juego). Pero no todo fue malo en estos individuos: en algunos de ellos la reducción de la actividad neuronal en la corteza prefrontal medial no se produjo, a pesar del grupo. Según los científicos, eso supone que las normas morales personales pueden mantenerse, e incluso ayudar a atenuar la influencia de la mentalidad de manada. El objetivo ahora es terminar de comprender por qué hay personas que “se pierden” más a sí mismas dentro de un grupo que otras.
En el 2011, neurólogos de la Duke University y de la Princeton University, de Estados Unidos, encontraron que la clave de la crueldad humana podía hallarse en el fallo de una red neuronal implicada en la interacción social y en el reconocimiento de otras personas como “humanos”, la cual puede desconectarse ante los individuos que causan disgusto o rechazo. Como consecuencia, la gente deshumaniza a otros individuos y olvida que estos tienen pensamientos y sentimientos. De ahí a dañarlos sin prejuicios hay solo un paso. Es más, en una situación extrema, esta desconexión cerebral podría explicar cómo la propaganda contra los judíos en la Alemania nazi contribuyó a la tortura y el genocidio de millones de personas, o cómo el enardecer a las masas de un club de fútbol haga que los fanáticos puedan incluso matar a otros simplemente por tener la casaca del “tradicional adversario”.
Si vamos a los casos puntuales de personas “malas” (que todos conocemos en nuestras vidas), en ellas quizá se combinan la desconexión con uno mismo (por presión del grupo, la “obligación” de ser malos, antecedentes personales o de personalidad, etc.) y la desconexión con los otros que las hace insensibles al sufrimiento ajeno, probablemente sin posibilidad de activar la empatía en sus zonas cerebrales correspondientes.
Incluso, en casos emblemáticos como el de los nazis genocidas de judíos o de los exterminios de Saddam Hussein o de los grandes dictadores africanos tal vez ni la neurociencia ni la filosofía logren explicar lo que hicieron nunca. De cualquier modo, los científicos de la Duke University y de la Princeton University aseguran que al menos la “desconexión de otros” puede evitarse “pensando en la experiencia de otras personas”. Así se eludirían “una disfuncionalidad neuronal” y una “percepción deshumanizada”, en ocasiones de nefastas consecuencias. Y nos evitarían estar de la cabeza con la maldad, una (dis)función del cerebro humano. Nos leemos la semana que viene.