EL PODER DE LA CONCIENCIA

Por Alex Noguera

Periodista

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El intercambio de mensajes era el siguiente: Felicidades por Navidad / Gracias, igual para vos. Y por año nuevo no me felicitás? / No, todavía no llegó. Mejor esperamos, no sea que no quiera venir el 2021 y te felicito debalde. / Entiendo. Este 2020 trajo cada sorpresa... por ahí se le ocurre seguir de largo nomás... tipo Trump, que no quiere salir....

No es correcto hablar mal del muerto, pero este que se fue sin duda fue excepcionalmente desastroso, por no decir apocalíptico. El 2020 será recordado por muchos porque, por sobre todo, implantó el miedo.

También porque produjo una de las mayores crisis económicas mundiales; por la masiva pérdida de empleo; porque confinó a la humanidad dentro de cuatro paredes; porque detuvo el deporte, el cine, la música, el teatro y porque la muerte galopó sin control por todo el planeta, aunque no como la “Gripe española”, de 1918, que en un año mató a casi 40 millones de personas.

Otro caballo desbocado del 2020 fue el de la corrupción, que corrió en todas las pistas imaginables con viles negociados que enriquecieron a los jinetes y desabastecieron a los hospitales.

Sin embargo, “el muerto” también dejó cosas positivas. El ejemplo más reciente es la celebración de la Navidad: y es que desde que tengo memoria, todas las navidades pasadas fueron más de regalos, de bombitas, comidas y bebidas. Hasta este año que pasó, no recuerdo una Navidad austera en la que el valor de las personas estuvieran por encima de lo que la publicidad nos pudiera vender. No fue una Navidad consumista, sino familiar, unos agradeciendo por estar todos juntos y otros tratando de asimilar la herida del miembro que ya no pudo alzar su copa a las doce de la noche.

Otro milagro que dejó el 2020 pudo observarse en las calles abandonadas de las metrópolis, con animales silvestres recuperando territorios históricamente avasallados por el hombre, con la naturaleza sanando, con el aire más limpio a causa de la paralización de los millones de motores de combustión que llenaban de gases los pulmones.

También hay que destacar el gran avance que provocó la pandemia en la ciencia, con innovaciones obligadas en el campo laboral, como el teletrabajo –antes impensado–, o el auge de los servicios de delivery y del e-commerce, que se extendieron por todo el planeta.

No hay que olvidar el esfuerzo de los gobiernos por mejorar el sistema sanitario, bastante relegado, sobre todo, en los países tercermundistas, y la denodada lucha del personal de blanco que hasta ahora enfrenta al virus en una lucha desigual.

Es de destacar también el rápido estudio de las características del covid-19 por parte de los científicos y el desarrollo de las vacunas en tiempo récord. Y aunque aún existe cierta desconfianza en cuanto a la efectividad y a los efectos secundarios, las primeras inoculaciones se iniciaron antes de finalizar el 2020.

Diría que el miedo hizo que la pandemia humanizara más a las personas, que revaloraran algunos pequeños detalles a los que antes estaban desacostumbradas, como un abrazo, un paseo al aire libre o una visita a un familiar o simplemente hablar en la quietud del hogar.

Hubiéramos pensado que a pesar de todos los males que trajo, el finado no era tan malo, pero no se puede. Antes de dar su último estertor, el 2020 mostró su cara más horrenda (como si fuera posible) cuando en Argentina legalizaron el más atroz de los crímenes, que la madre mate a su hijo.

Es incomprensible observar la alegría de esos monstruos que con toda desfachatez reían con orgullo y lloraban de contento por la gran victoria lograda. Y en la prensa destacaban, por ejemplo, títulos como: “Es Ley: el día que Argentina legalizó el aborto y se convirtió en un país más justo” para rematar en opiniones que alentaban a la solidaridad para que en otros países de Latinoamérica se extendiera la ley.

Debimos haber hecho algo muy muy malo para que el mundo se abriera a semejante castigo, en el que la naturaleza maternal fue secuestrada, violada y preñada por una marea verde de feministas ciegas y enloquecidas.

Después de recorrer más de medio siglo de vida llegué a la conclusión de que las cosas siempre pueden ser peor, aunque no imagino mayor vergüenza que este postrero regalo del 2020. Espero que el 2021 reivindique el amor y que esta nueva enfermedad no llegue a nuestro país.

En el año en que toda la humanidad conoció el miedo a la muerte, un puñado de anormales celebra que les autoricen matar a los seres más indefensos del universo. Paradójico, ¿no?

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