Por Aníbal Saucedo Rodas
Periodista, docente y político
La tradición de las escisiones y del faccionalismo, aunque más antigua, es con el nacimiento de las asociaciones políticas que se hace más visible y cotidiana en nuestra sociedad. Los recurrentes enfrentamientos entre el Partido Nacional Republicano y el Centro Democrático quedaban superados por las sistemáticas luchas internas que no pocas veces terminaban en abruptas divisiones y violentas rupturas.
Existe, no obstante, un hecho histórico poco difundido que registra un “acuerdo de conciliación” entre los partidos Colorado y Liberal en octubre de 1889 por el cual se proclamó una fórmula presidencial unificada: Juan G. González y Víctor M. Soler. Hasta se funda un periódico, “La Razón”, para sostener tan inédita combinación política, según nos relata Gomes Freire Esteves en su ya clásico “Historia contemporánea del Paraguay (1869-1920). El experimento dura hasta abril de 1890 en que Soler es sustituido por Marcos Morínigo para las elecciones de setiembre de ese año. Y las rencillas verbales y agresiones callejeras recuperaron su curso normal y su usual crudeza.
La fracasada revolución liberal del 18 de octubre de 1891 permite el ascenso público del coronel Juan Bautista Egusquiza, ministro de Guerra del gobierno de Juan G. González. Su protagonismo fue crucial para la derrota de los insurgentes. Es promovido a general y, azuzado por los políticos y sus propias ambiciones, empieza a disputar espacios a los dos caudillos más relevantes del coloradismo: generales Bernardino Caballero y Patricio Escobar.
La rivalidad entre Caballero y Egusquiza se acentúa cuando ambos pretenden la presidencia de la República para el período 1894-1898. En ese río revuelto, el presidente González preparaba un tercer frente para que, finalmente, su concuñado José Segundo Decoud sea el candidato. Los generales adversarios dialogan y destituyen al jefe de Estado. Asume el vicepresidente y Caballero cede en sus pretensiones a favor de Egusquiza. Pero las líneas ya estaban marcadas. El “caballerismo” y el “egusquicismo” se volverían irreconciliables hasta la revolución de 1904, que desaloja a la Asociación Nacional Republicana del poder.
La revolución del 18 de octubre también impacta fuertemente en el futuro del liberalismo. Muerto el líder militar, mayor Eduardo Vera, el Partido procura un nuevo jefe para futuras revueltas. Es convocado desde Buenos Aires el general Benigno Ferreira y es nombrado presidente del directorio. Se percibe una callada, pero fuerte resistencia al recién llegado de algunos destacados liberales.
Ferreira no dura mucho tiempo en el cargo. Unos artículos en el diario liberal “El Pueblo” que el general considera “tendenciosos” motivan su renuncia. La disidencia opta por formar una corriente de “radicales”. Desde el otro sector lanzan el periódico “El Cívico”. Así queda instalada la división entre “cívicos” y “radicales”. Y cada uno constituirían su propio partido.
La victoriosa revolución de 1904 amaga un directorio unificado entre el Partido Cívico y el Partido Radical, durante la presidencia de Juan B. Gaona. “El Diario”, bajo la dirección de Adolfo Riquelme, es el abanderado de los radicales.
Gaona asume en serio su papel de presidente y destituye a los ministros que contrarían su política de gobierno. Días después, golpe parlamentario mediante, es sustituido por Cecilio Báez, quien completa el período de cuatro años.
Cumpliendo con los protocolos del candidato único, Benigno Ferreira asume la Primera Magistratura de la Nación el 25 de noviembre de 1906. Los “radicales” nunca dejaron de conspirar y el coronel Albino Jara se convierte en el intérprete de sus deseos. Lidera la revolución del 2 de julio de 1908, derrocando a Ferreira. Lo reemplaza Emiliano González Navero. Este sangriento golpe de Estado es el inicio de crueles luchas armadas entre “cívicos” y “radicales”.
El 17 de enero de 1911, Albino Jara obliga a dimitir a su antiguo amigo Manuel Gondra, quien asumió la titularidad del Ejecutivo el 25 de noviembre de 1910, y se hace cargo de la Presidencia de la República. En pocas semanas, los “gondristas”, liderados por Adolfo Riquelme, sublevan al norte. En marzo, este último es hecho prisionero y fusilado por orden del propio Jara. Comienza un período de golpes cuarteleros y revoluciones que se prolongan hasta los primeros meses de 1912 y que concluye con la muerte del coronel.
Pero “cívicos” y “radicales” no se dan la mano. Unos a otros se estigmatizan como “jacobinos” y “maquiavélicos”. Y así llegamos a la catástrofe de 1922-1923.
Después vendrían varios partidos liberales, especialmente durante la dictadura de Alfredo Stroessner. Hoy, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) comienza a sentir los ecos de aquellas lejanas fragmentaciones. Solo que, haciendo una comparación de liderazgos y arrojos, bien cabría la remanida expresión; “Liberales eran los de antes”. Que, también, es aplicable a su tradicional adversario.