Desde Mi Mundo

Por Carlos Mariano Nin

Columnista

Fue hace mucho, mucho tiempo. No sé si la historia es como la cuentan, ni si los relatos reflejan lo que realmente sucedió. Se cuenta de mil maneras, pero siempre con el mismo argumento.

Y sin embargo sobrevivió al tiempo y los recuerdos.

Dicen que entre el 24 y el 25 de diciembre nació un revolucionario. Un hombre que iba a cambiar la visión del hombre con relación al hombre y al cielo. Dicen que era un niño normal, pero más allá de las creencias, aseguran que intentó hacer del mundo un lugar mejor.

Mucho mejor.

Lo llamaron Jesús, y durante años dicen que fue seguido por 12 discípulos que convirtieron su vida en el primer show en vivo del que el mundo tenga memoria. Su paso fue tan grande que traspasó las fronteras y el rating total.

Aseguran quienes reseñaron su vida que enseñaba cosas tan simples como “amar al prójimo como a uno mismo”. Sus palabras eran tan simples que llegaban a todos los rincones, y su fama creció de tal manera que se convirtió en una estrella mundial.

Nadie sabe si existió o no. No a ciencia cierta. Esa es una opción personal. Dicen que la fe es de cada uno, pero eso es opcional. Depende de lo que vos creas o quieras creer.

Hijo de un carpintero y un ama de casa nació en un pesebre. Esa fue la señal.

Nos sumergimos en una vorágine consumista cuando en realidad festejamos la humildad. Nos llenamos de comida, mientras en la calle hay niños hambrientos y los desfavorecidos luchan por unas monedas. Ese es el mundo real.

Pero no es la Navidad. No la Navidad perfecta que nos cuentan desde que nacemos.

Lo cierto es que el mundo sería más humano si se practicara el amor. Si dejásemos de prestarle más importancia a las apariencias que a la esencia. Y al final, el día podría servirnos para reflexionar.

Pero nada es perfecto. Tampoco nosotros. Así que podríamos pensarlo y hacer algo para cambiar al mundo.

Quizás una sola acción que se multiplique. Que nos recuerde que las pequeñas cosas buenas nos hacen sentir bien. Algo que nos permita dejar una huella. Algo que nos alegre la Navidad.

Al final, si existió o no Jesús, lo creas o no, es secundario. Hoy podría ser Juan, Pedro, Alberto o como quieras llamarlo. Si haces una buena acción, la cena de Navidad va a ser más rica. Las cosas que te hacen sentir bien son las que no cuestan dinero, y un día, al menos uno, podría cambiar el resto de tus días.

Y estas van a ser unas fiestas duras.

Van a quedar espacios a donde quiera que mires, van a quedar sillas vacías quizás en cada hogar, por eso más que nunca tenemos que ser solidarios, por eso tenemos que ser fuertes. Porque ese mensaje de amor no tiene que morir y esta es una oportunidad para renovarlo.

Que sea el amor la cura y la esperanza la fuerza para enfrentar las tristezas.

Donde quiera que estés, FELIZ NAVIDAD.

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