EL PODER DE LA CONCIENCIA
Por Alex Noguera
Periodista
Hace poco escuchaba acerca de las grandes maravillas tecnológicas del mundo. Sin duda son muchas, pero hoy más que nunca el rubro de la informática lleva la delantera a velocidad casi incomprensible para la mente humana y usa términos que no son casi incomprensibles si no completamente incomprensibles, como por ejemplo, la cuántica. Y leemos artículos como: “Han desarrollado un nanochip de menos de una décima parte del grosor de un cabello humano que permite (...) es como se denomina el estado en el que un dispositivo cuántico puede resolver una tarea computacional determinada más rápido que la supercomputadora más poderosa”.
Cuando yo era niño a este prodigio científico le hubiéramos llamado magia. En aquella época lo más tecnológicamente complejo que veíamos era el reloj a cuerda que llevaba el abuelo en el bolsillo. Por entonces, ni siquiera existían las calculadoras y cuando aparecieron –y luego con los relojes calculadoras– parecían que nada podría ser más avanzado.
Y sí, eran épocas en las que todavía a un motor había que darle vueltas con una manivela para que encendiera y las cocinas eran a leña y cuando llegaron los primeros televisores a válvula, eran en blanco y negro.
El reloj era mágico. Atrapaba el tiempo a través complejos mecanismos que giraban con engranajes y rueditas. Perfectos. Y hasta el día se doblegaba a su capricho porque el reloj los dividía exactamente en 24 horas de 60 minutos y 60 segundos.
Nadie entendía cómo podía funcionar con tal precisión. Cada minúsculo engranaje calzaba perfectamente y hasta había personas expertas –como los científicos de ahora– que los abrían y reparaban cuando su corazón dejaba de hacer tic-tac. Ellos eran capaces de revivir esos maravillosos aparatitos.
Luego aparecieron los relojes de cuarzo, a los que ya no había que darles cuerda. Decían que eran eternos y que su pila se recargaba con la luz solar. Además, eran infinitamente más exactos, al punto que se podría notar la diferencia con el de cuerda porque luego de 100 años, este generaba una milésima de error. ¡sí, una milésima de diferencia en 100 años!
Creo que fue entonces cuando cambió la humanidad.
La gente comenzó a correr, ya no como las manecillas que desaparecieron, sino como los números en el display. Corría como en una cinta sinfín sin saber hacia dónde, cada vez más de prisa. Cada uno hacia ningún lado, como soldados avispa que salen furiosos sin saber qué enemigo movió el avispero.
La sociedad perdió la armonía del engranaje que la hacía funcionar como un reloj a cuerda y sintió el mareo del tiempo. Cada individuo comenzó a exigir sus derechos sin importar las consecuencias para el colectivo o para la pérdida de valores que cada vez era más rápida.
Por entonces, el engranaje social que buscaba un fin superior en la familia se convirtió en engranaje individual que gozaba de hedonismo. Cada persona entendió que su felicidad era más importante que la de los demás. Y el reloj murió.
Hoy vemos ejemplos multiplicados por mil, al punto que no es razonable entender cómo se llegó a tanta degradación y vileza. Las autoridades, quienes debieran ser custodios de su sociedad, son los primeros grandes mentirosos y ladrones, engañadores y descarados.
Cada muerte que se produce a causa del ineficiente sistema sanitario es una victoria en la chequera de los cientos de corruptos que copan los altos puestos en el Gobierno. Son asesinos que brindan con champán, desde el que tiene la lapicera hasta el que custodia la llave de las celdas en las penitenciarías.
Pensar que antes el tiempo iba hacia adelante, cuando las cosas eran sencillas, cuando una madre era madre y amaba abrazar a sus hijos, no como las de esta época en que las madres celebran una ley para matar a sus propios hijos.
Si pudiéramos volver al pasado y contar las cosas que suceden en este momento nos tildarían de locos. ¡Imagínense! Viviendo con tapabocas porque la muerte está en el aire, en un planeta tan degradado que todas las especies están en peligro de extinción, con gobiernos que se empeñan más en imprimir billetes que en el calentamiento global, con recursos naturales que se acaban y que ya cotizan en la bolsa, como el agua.
Sí, eso era impensable antes. Cada engranaje enloqueció. Los jóvenes viven sumisos a la tecnología como zombies, los viejos deambulan mostrando la billetera como caña de pescar para ver qué sirena joven atrapan y las viejas compiten entre ellas para saber quién de todas compra más para saberse mejor.
¿Qué diría un relojero de nuestro engranaje? ¿Está oxidado? ¿Desgastado? ¿Desacomodado? Es difícil saberlo. Ya no quedan relojeros, solo hay piezas sueltas y cada una se cree mejor que la que está al lado. Poco queda del espíritu de conjunto, que daba cuerda a la familia y a los valores.