EL PODER DE LA CONCIENCIA

Cuando Julio Verne o Karl May o muchos de los clásicos novelistas se sentaban para plasmar en papel las imágenes y circunstancias que iluminaban su ingenio, la tinta dibujaba letras que entretejían mundos y situaciones inexistentes, pero que eran tan vívidos que los lectores podían sentir lo que esos escritores transmitían.

Según Google, “novela es una obra literaria en la que se narra una acción fingida en todo o en parte y cuyo fin es causar placer estético a los lectores...”. Para los jóvenes, novela es el trabajo final de productores, directores y actores que ven por capítulos en la televisión, pocos son los que en esta época se han sumergido verdaderamente entre las hojas de un libro. No, no los conocen porque el mundo de hoy es audiovisual. Leer cuesta, es difícil.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Y sin embargo, los secretos que guardan las letras impresas son tan profundos, que a veces pueden acariciar el alma con un simple poema de Bécquer o de Machado. En nada se comparan con las anémicas historias maquilladas con efectos especiales que destellan éxitos en la taquilla. Esas son ilusiones compradas con tickets... ¿o tal vez no?

Tal vez no. Tal vez las historias modernas no sean simples ni anémicas y realmente sean arte. Pero no me refiero a los guiones de televisión, sino a circunstancias que vemos a diario y que ocurren en la vida real. Esas historias podrían considerarse como un arte, puesto que muchos personajes las usan con gran éxito a pesar de ser infames mentiras.

Por ejemplo, vimos que el miércoles 9, conmemorando el Día Internacional contra la Corrupción, los líderes de los tres poderes del Estado se juntaron para redactar el primer capítulo de una nueva novela de fantasía, cuyo argumento es bastante gastado: la corrupción.

Los tres saben mucho sobre el tema. Uno de ellos, el que estaba sentado hacia la izquierda, hacía apenas unos días que había regalado millones de dólares que no eran suyos para que los campesinos los usasen sin control. Pero a él no le importa lo que piensen los de afuera de su nave espacial. Esto pudo comprobarse cuando diligenció un aumento de sueldo para toda su “tripulación” en plena crisis.

Los humos se le subieron a la cabeza ya que -pese a que la propia Constitución expresa claramente que la Corte Suprema de Justicia es la única que puede interpretar las leyes- él anunció que su gavilla decidiría si acatan o no una decisión del más alto tribunal. Pero claro, él no es corrupto, solo desafía a la Justicia... porque él cree que no es un simple mortal y que está por encima de las leyes.

El otro que estaba presente, el del medio, experto en inauguraciones intrascendentes, también tiene talento innato en no ver las realidades ni comprender cuando sus subordinados le faltan al respeto y se burlan descaradamente a sus espaldas. Él tampoco es corrupto, tal vez algo inmaduro.

Y el que ocupaba la silla de la derecha, uno de los más representativos de la obra, hasta se atrevió a defender a sus magistrados alegando que estos son personas honestas. ¡Si él supiera todo lo que sucede debajo de sus faldas!... pero no, él trabaja –y mucho– en las alturas del último piso, desde donde la calle siempre se ve impecable. No hace falta decir que él tampoco es corrupto.

Así que el verdadero corrupto debe ser el representante de Dios, ese que enojado ante tanta miseria y latrocinio un día antes denunció la corrupción y las consecuencias mortales que recaen a diario sobre la población. ¿Quién se cree? Hasta amenazó con que el Padre Celestial no perdonaría ese tipo de conductas.

La novela es interesante. Podría llamarse “Las tres inocentes palomitas” o “¿Los tres ángeles contra el falso profeta?” o “Las caras de cemento” o “Miente, miente, que algo queda”. No, ese último título no porque fue utilizado por el genio de la propaganda nazi, Joseph Göbbels... aunque según Plutarco, la idea fue copiada de un consejero de Alejandro Magno.

Como fuera, el tercer título tampoco corresponde porque el simple cemento sería insuficiente ante tamaño argumento de corrupción. Al menos debería llamarse “Caras de hormigón armado” (con refuerzo de varillas de hierro) porque en este caso la caradurez de estos tres noveleros también viene reforzada.

¿Quedaría bien eso de los tres ángeles? Tampoco, ¿verdad?, puesto que nuestros héroes más se parecen a demonios. Solo los demonios pueden tener tanta podredumbre dentro. Y a veces ni ellos.

En fin, ¿nos quedamos con el título de “Las tres inocentes palomitas”?... ¡pero de cemento!

Dejanos tu comentario