Por Mario Ramos-Reyes

Filósofo político

Decir que no todo es verdad en política es una obviedad insultante. Lo sé. Pero afirmar que, precisamente, lo noble en política es mentir, sorprende. Que la mentira –la oficial– posee cierta nobleza, cierta distinción, honestidad, un pedigrí de bien nacida. Mentir es noble. Es lo que Platón sugiere, de manera sorpresiva, en el libro tercero de la “Republica”: Se necesita una gran y única mentira, y que la misma sea creída por todos –la comunidad– para gobernar bien. Mentira como mito, creencia, idea que inspire identidad, forma de ser, a un pueblo. Platón la utilizó al proponer su régimen político. ¿Ha existido esa “mentira noble” en el pueblo paraguayo? Creo que sí. De lo que no estoy seguro, habría que preguntar a ciudadanos más doctos, es de la intencionalidad de la misma.

¿Cuál sería esa idea, cuya nobleza fungiera de “utopía dinamizante”? La del Estado creador de la nación. No solo la primacía, sino la necesidad, casi divina, de la “ingeniería” del Estado como productor de lo nacional. Identificado con la patria o la esencia de lo nacional. Hay matices históricos de mentira, es cierto, Francia no sería lo mismo que los López o, estos, similares a algunos liberales, pero, el mito permanece. Fíjese el lector el cuestionado Plan de Niñez y Adolescencia del Paraguay (2020-24). La palabra Estado está, por lo menos, mencionada 40 veces. Y se la ensalza como hegemónica. Es la idea de dominio, preeminencia sobre la realidad política.

EL ESTADO COMO “NIÑERA”

Se me dirá: es un plan del Estado y es obvio, la mención del mismo. Pero el rol del Estado en dicho plan no es simplemente el de una institución. Yo también creo en el Estado como parte de un régimen político. No soy anarquista. Pero el sentido totalitario aquí es innegable: protector, transversal, hegemónico, regulador, integrador, garante, transformador. Podría seguir, pero el mito está bien “mentido”: el Estado es la niñera social. Y digo niñera, no como algo despectivo –valoro la labor de mujeres, explotadas, muchas veces, en suplir a los verdaderos responsables de los hijos–, sino a la pretensión del plan, de dejar de lado a padres o madres.

Ahí, este plan refuerza la mentira: el Estado es el único soberano capaz de educar. Es el “garante” de la adolescencia, posee el “enfoque” correcto de derechos y sexualidad, conserva la “mirada” justa, no es “adultocéntrica”, acoge a los niños “amigablemente”, cuando enfrentan problemas. El Estado aparece cuasidivino, la moralidad perfecta en la tierra como decía Hegel. Pero, ¿es esta solo una mentira nacional? De ninguna manera: la historia humana, donde fuera, es muy parecida. Ese mito, de un Estado absolutista, solucionador de los males ciudadanos, recorre la espina dorsal de Occidente. Y de Oriente. Ha sido un pensamiento global. No es extraño que, entonces, las Naciones Unidas, en su Agenda para el desarrollo sostenible del 2030, lo implique como instrumento “civilizador” proponiendo metas “transversales” para el desarrollo económico, social, ecológico. ¿Quién las implementaría? Claro, el Estado.

EL ESTADO NO DEBE EDUCAR, PUES NO SABE CÓMO

Hablemos primero de ese “no debe”. El Estado no debe ser sujeto de educación o de cultura. Si el Estado se convierte en sujeto de educación y además el medio de su transmisión, de la enseñanza, ya no será posible un ciudadano libre. Impondrá, no protegerá el derecho a la libertad de educarse. Si la libertad de enseñanza es un derecho civil y los derechos civiles son individuales, estos deben protegerse y nunca suplantados o eliminados. Por eso no debe educar, a riesgo de ser antidemocrático y antirrepublicano. Nuestra Constitución actual, en esto, por lo menos, se zafó de un estatismo histórico: los padres y la familia tienen prioridad respecto al Estado (Art. 54). Este podrá promover políticas que protejan a dicha maternidad o paternidad (Art. 55). Implícitamente, se confiere responsabilidad secundaria al Estado. Nunca de “hegemonía” o de garante. Sintetizo: Las libertades individuales consisten en que el Estado no debe imponer coactivamente el contenido de una manera de pensar, o manera de hablar, ni el enfoque que quiere uno darle a la enseñanza de los hijos.

Pero tampoco el Estado sabe cómo hacerlo. Pues, ¿qué es educar? Educar es acompañar a un niño, joven, a su crecimiento, a comprender la realidad y el significado de su vida. Digo acompañar, no inducir, con una receta preestablecida como la estatal. Es el juego de libertad de los niños y jóvenes que los padres, como partícipes de lo dado y no inventado por ellos, testimonian. No se reduce a mero transmitir un “saber” –eso puede hacer un libro incluso “recomendado” por el Estado–, sino a vivir conforme a tu propio legado. Ya llegará el tiempo en que los hijos verifiquen el mismo. ¿Cómo podría el Estado hacer esto, educar? El Estado no es una abstracción: el Estado son las personas que lo forman, funcionarios de carne y hueso, interesados, distantes, impersonales, burócratas. No solo no existe neutralidad en ellos, sino que –como en este plan– invocado de manera impersonal su “marco de referencia” cargado de una, exclusiva, connotación ideológica.

LA RESISTENCIA DE LOS “HEREJES”

La nobleza de la mentira es clara: se pretende que el Estado “eduque”, sutilmente, cuando los adoctrina a un “modelo de ciudadano”, especifico, que se desea. Parece noble, pero mentiroso. No hay libertad ni participación. Hay estatismo ideológico. Aquí cabe una pregunta: ¿no hemos sido, acaso, generados, todos, en esa noble mentira estatista que ahora se vuelve como un búmeran cultural contra todos? Me temo que sí.

No hay mentiras nobles. Solo la verdad del pueblo soberano. No existe eso de Estado “creador”. El Estado no “nos cuida”, como dicen algunos. Apenas es una herramienta del pueblo, un medio, jamás un fin. Tampoco, Estado es “neutro” –este plan lo demuestra–. Ese alabado Estado “laico”, vacío de valoraciones, es también otra mentira. Urge recuperar la tradición herética antiestatista, la de la libertad, la de la familia, como forjadoras de la comunidad política. Siempre lo dije, la tradición liberal de Pedro Juan Caballero, debe ser reivindicada. Una democracia republicana es creada por la libertad con un Estado abierto a la realidad social. Y esto es tanto más necesario en una sociedad plural, donde pueden acceder al poder distintos grupos ideológicos. Concluyo: No es consistente ser, por un lado, defensores de un nacionalismo estatista y, por otro, quejarse de un plan estatista. El progresismo ideológico es reaccionario: solo cambia de contenido. El camino hacia la servidumbre, como lo advirtió Friedrich Hayek en 1945, está abonado de la expansión, aparentemente inocua, del Estado, sea nacional o de la mano de organismos internaciones.

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