En el libro de Lucas, capítulo 12, versos 13 al 48, podemos ver una serie de enseñanzas y parábolas de Jesús que nos llevan a confiar en Él, más que en ninguna otra persona o cosa en este mundo.

Jesús advierte que nuestra vida es fugaz y su regreso inminente y que, por ambos motivos, tenemos que tener una visión correcta de esta vida terrenal y de la vida eterna para poder vivir sabiamente.

Por ejemplo, en un mundo lleno de vanidad y apariencia, donde la gente cree que vale por lo que tiene, Él nos dice en Lucas 12.15: “Mirad, guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”.

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Esto fue siempre así, la naturaleza humana es la misma que hace miles de años. Si hace tres mil años se hubieran inventado las redes sociales, la gente las usaría de la misma manera que las usamos hoy. Así como hoy, también antes la gente era valorada por lo que tenía, no por lo que era, con la diferencia que hoy eso es cultural, tiene argumentos y se toma como un principio de vida claro y abierto, ya no es solo una condición del corazón que tenemos escondida y nos avergüenza, hoy es abierta y busca cada día más adeptos.

La vanidad y la apariencia, hoy en día, constituyen una industria y forman parte del sistema que nos envuelve a todos. No podemos estar fuera de ella, tenemos que aprender a convivir con ella sin contaminarnos en nuestros corazones.

Jesús, en su oración intercesora en Juan 17.14, expresó: “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo sino que los guardes del mal”. El mundo acá significa sistema.

El sistema está instalado, no podemos eludirlo, nos movemos en medio de él, pero lo importante es que seamos guardados y no seamos guiados por sus conceptos y filosofías.

Jesús no nos pide que vivamos de forma miserable. Él, sencillamente, nos pide que vivamos con el enfoque correcto. Ese enfoque correcto nos lo señala Colosenses 3.2, donde dice: “Pongan la mira en las cosas del cielo, no en las de la tierra”.

Jesús no nos pide que vivamos desaliñada e indignamente. Tenemos necesidades y Dios las quiere cubrir. Lo que Él no quiere es que nuestra ancla emocional esté fijada en esto.

Él nos quiere librar de la codicia y avaricia, que es amor al dinero (1 Timoteo 6.10-11).

Lo que Él quiere es enseñarnos que la vida es fugaz y que no debemos poner todas nuestras esperanzas en ella. Pongamos nuestra esperanza y nuestros tesoros en la vida eterna (Lucas 12.34).

Él nos advierte sobre la fuente de nuestras motivaciones. La meta de un cristiano no debe ser: “Quiero ser rico”. Lo que deberíamos desear es ser trabajadores, hacer las cosas con excelencia, usar nuestros dones con diligencia, buscar servir a los demás y, si en ese camino, Dios nos enriquece, pues bien, seamos ricos, pero ricos ¿para qué? La Biblia nos responde. 2 Corintios 9.10-11 NTV, dice: “Pues es Dios quien provee la semilla al agricultor y luego el pan para comer. De la misma manera, él proveerá y aumentará los recursos de ustedes y luego producirá una gran cosecha de generosidad en ustedes. Efectivamente, serán enriquecidos en todo sentido para que siempre puedan ser generosos; y cuando llevemos sus ofrendas a quienes lo necesitan, ellos darán gracias a Dios”. O sea, tu generosidad hará que la gente glorifique a Dios.

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