Por Aníbal Saucedo Rodas
Periodista, docente y político
La política es una ciencia con estatus de autonomía. Aunque interrelacionada con otras disciplinas, como el derecho, la filosofía, la ética, la sociología y la historia, no depende de ninguna de ellas. Algunos estrategas tratan de reducirla, con sistemática arrogancia, al pragmatismo de ganar elecciones. Y los medios de comunicación, con las herramientas de la más cínica manipulación, desde hace años pretenden instalar candidaturas, por simpatías, intereses o simple aversión a otros proyectos. Cuadro diferente a la ubicación veleidosa local es la de las grandes cadenas de los Estados Unidos que tienen preferencias ideológicas asumidas, independientemente de quién represente a demócratas o republicanos. Posición que no ocultan ni disimulan bajo al ropaje de una mentirosa objetividad.
Desde las campañas presidenciales para las elecciones generales de 1993, los medios nacionales han venido pervirtiendo con insistencia las metodologías científicas de las encuestas y los sondeos de opinión con el objetivo claro de incidir en el voto ciudadano. Y, también, con repetida precisión, aquellos potenciales ganadores, según la estrategia mediática, terminaron terceros, detrás de los dos partidos tradicionales. Salvo en el 2008, cuando una alianza multicolor abrió un espacio en la hegemonía de la Asociación Nacional Republicana.
La contraofensiva colorada, bien agresiva, de que un partido histórico como el Liberal (con el añadido de Radical Auténtico) iba a ser convidado de piedra o furgón de cola de un hombre sin partido no funcionó. Y no funcionó al punto de que miles de colorados votaron por Fernando Lugo. Muchos de ellos exhortados por el actual ministro de Industria y Comercio, Luis Alberto Castiglioni, quien, alegando fraude, había impugnado los resultados de las elecciones internas de su partido.
Pero Lugo no tenía un pedestal mediático. En sus tiempos de obispo católico empezó a construir ascendencia sobre amplios sectores de organizaciones campesinas. La estructura política que le faltaba le concedió el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), que se prende de la Alianza Patriótica para el Cambio en el cargo de la Vicepresidencia de la República, previas internas también denunciadas como amañadas por el candidato perdedor.
Las naturales contradicciones ideológicas internas dentro del conglomerado aliancista fueron un obstáculo constante para diseñar una plataforma programática cohesionada. Pero más allá de esas rencillas que tenían como escenario el Congreso de la Nación, la verdadera crisis tuvo su epicentro en la disputa de los espacios de poder que Lugo negaba sistemáticamente a los liberales. Oídos sordos, poncho juru, teléfonos cortados y algunos exabruptos y descortesías del entonces presidente y su entorno en contra de sus aliados, más la tragedia de Curuguaty, desembocaron en un juicio político defenestrador.
A diferencia de Lugo, la diputada Kattya González, quien actualmente aspira posicionarse para la presidencia de la República mirando el 2023, solo tiene como sustento, por ahora, las luces y las portadas de los medios. Dentro de la vieja escuela de la propaganda política el discurso ampuloso y grandilocuente posee el atractivo de la novedad o la curiosidad, sin arraigo en el tiempo. Y con graves confusiones conceptuales como que la continuidad del Partido Colorado en el poder, en un Estado de Derecho –que garantiza elecciones libres–, nos conducirá “al autoritarismo, al neoestronismo y un neofascismo sumamente peligroso”. La democracia es, fundamentalmente, un régimen de opinión pública. Y los sistemas corrigen sus defectos, no por voluntad de una persona, sino porque esa opinión pública funciona adecuadamente. (Ulrich Sarcinelli, 2004).
A diferencia de Lugo, la legisladora empieza descalificando a casi todos los líderes de los partidos de la oposición, esperando, quizás, una rebelión de las masas para impulsar positivamente su candidatura. Lo que le asegura que todos esos partidos tendrán candidatos que competirán en contra de ella, restándole chances para el cumplimiento de su vaticinio, para ella irreversible: la derrota del Partido Nacional Republicano en el 2023.
Las candidaturas sin proyección real suelen tener una presencia pasajera en los medios. Sobre todo, si no logran consolidarse en la preferencia ciudadana. La política de exhibición, como la denominan algunos analistas, difícilmente se desplace hacia una política de decisión. Difícilmente no significa imposible. Ya hubo casos, con desgraciadas consecuencias para las sociedades.
Nadie más cruel, y su amor más inconstante, que los medios. Te elogian, te elevan, te destruyen y te sueltan. Y, quizás, lo más doloroso para las personas que son adictas mediáticas, te ignoran. En la desesperación por revivir ese romance, se apela al recurso del escándalo, político en este caso. Porque el show debe continuar. Y no pocas veces terminan siendo funcionales al partido que prometen derrotar.