Por Felipe Goroso S.
Columnista.
Twitter: @FelipeGoroso
La semana pasada se ha hecho público el protocolo que deben seguir aquellos creyentes que quieran ir hasta Caacupé alrededor de la fecha del 8 de diciembre. En la conferencia de prensa semanal el ministro de Salud habló del tema, así como los viceministros y otros voceros de la cartera se han referido a la cuestión. De manera bastante rudimentaria han intentado justificar el formato para la peregrinación y la realización de los distintos eventos y momentos que rodean a la festividad mariana.
La verdad es que esta es una cuestión compleja en extremo, con tantas aristas como opiniones pueden encontrarse. Y en este punto es relevante ser muy claro al respecto: en este espacio hemos dedicado tinta sobre la importancia de recuperar la libertad de culto que se ha visto postergada en estos momentos de pandemia. Sin embargo, el protocolo presentado no transmite los criterios que se han venido exponiendo en estos ocho meses que llevamos en distintas fases de cuarentena.
Los estimativos que se manejan desde Salud Pública al respecto de un eventual volumen de asistentes y de personas de los diferentes servicios públicos necesarios para intentar garantizar que el protocolo se cumpla, no son ni por asomo cercanos a la realidad que nos muestra Caacupé año tras año. Y si la base de discusión es falsa, el debate no tiene demasiada sustentación de futuro.
A Salud Pública tampoco le ayuda la temporalidad de la situación, una cosa hubiese sido plantear suspender o exponer un protocolo mucho más rígido para Caacupé con el consenso social y político que se tenía al respecto del covid en los meses de marzo, abril o mayo, que plantearlo ahora y la cúpula de la Iglesia Católica juega sus cartas con base en esta certeza. Con esa sustentación, dobla la apuesta e incluso realiza afirmaciones como “que la salud no sea un nuevo ídolo”, porque no es suficiente con tener el poder, hay que ostentarlo.
De vuelta, es preciso decirlo con absoluta claridad: ya ha sido demasiado tiempo el que las libertades de culto se han visto postergadas. Ahora bien, es necesario extremar creatividad e inteligencia para que aquellas no impliquen un riesgo para todos. Después de todo, la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, también se trata de creatividad.