Por Carlos Mariano Nin

No es nuevo. Al menos, no lo es el hecho en sí. Lo nuevo son las estadísticas y la facilidad con la que el mundo se entera y las historias van de boca en boca.

Desde siempre los seres humanos vivimos en constante tránsito. Muchos migran en busca de trabajo, de nuevas oportunidades económicas, de un sueño esquivo en sus países.

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Otros escapan de las guerras, de las persecuciones, del terrorismo o el abuso de los derechos humanos. Hay quienes simplemente escapan del cambio climático o en otras palabras de los desastres naturales que en algún lugar asolan territorios que en otros tiempos fueron prósperos y tranquilos.

Sea como fuere, el mundo no había visto cifras semejantes: el número de personas que viven en un país distinto del que nacieron es mayor que nunca: 272 millones. Los migrantes internacionales comprenden hoy un 3,5% de la población mundial, cifra que continúa ascendiendo con respecto al 2,8% del 2000 y al 2,3% de 1980.

Hoy, una de cada treinta personas en el mundo es migrante.

Para muchas de estas personas la decisión es la misma, pero la forma en que deberán dejar sus países habla de miles de historias, muchas de ellas con finales tristes.

Nosotros vivimos esta semana una de ellas y el condimento fue el horror.

Muchos de los vecinos de la zona aseguran que el container llevaba días allí. Dentro se escondería uno de los capítulos más conmovedores de cuantos se hayan hecho eco los medios.

El cargamento pertenecía a una empresa de fertilizantes que tenía su depósito en el barrio Santa María de Asunción. Todo era normal. El contenedor, que era parte de un grupo de seis, había sido transportado desde el puerto de Villeta.

Cuando lo abrieron a muchos se les heló la sangre. Dentro yacían los cuerpos en descomposición de 7 personas. Más tarde se sabría, por los documentos hallados dentro, que dos eran argelinos, cuatro marroquíes y un egipcio, aunque aún se trabaja en las identificaciones.

El diario La Nación se comunicó con los familiares de uno de ellos. El hombre, que sería hermano de una de las víctimas, relató que en Serbia, dos personas (presumiblemente traficantes de seres humanos) les dijeron a estos siete jóvenes que podían llevarlos a Italia por poco dinero. Fue el precio que pagaron por una espantosa muerte.

El contenedor al cual habían ingresado los siete inmigrantes se encontraba en un tren en Serbia, creyendo que se dirigiría a Italia, ubicada a menos de 600 kilómetros de distancia, pero el tren se dirigió al puerto y el contenedor fue cargado en un barco con destino a Croacia, desde donde partió en julio.

El destino les había deparado un viaje trágico.

Según las autoridades navieras locales, el contenedor realizó un primer trayecto de 400 km de Serbia a Croacia por río. Luego el barco contenedor hizo escala en Egipto a 2.350 km y de ese país a España, otros 3.000 km. Desde el país ibérico recaló en el puerto de Buenos Aires a 10.550 km antes de llegar al puerto de Villeta en Paraguay para completar otros 1.350 km.

Para entonces, tras tres meses y casi 16 mil kilómetros el contenedor llegó a Paraguay y con él, el fin de la historia. De esa historia que conocimos nosotros. No se sabe con exactitud cuándo murieron o cómo fueron las últimas horas, pero la imaginación, esta vez sobrepasada por la realidad, solo atina a desnudar al más absoluto terror.

Migrar significa dejar atrás una vida. Los afectos, la familia, los amigos. Comenzar de nuevo. No debería significar la muerte, esa muerte que se repite cada vez con más frecuencia y nos deja el sinsabor de la desgracia.

Pero sí, esa es otra historia.

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