El masivo apoyo de los ciudadanos chilenos a una reforma o una nueva Constitución para la República fue tomado, astutamente, como una “victoria” por los sectores de izquierda, a nivel internacional, y con recelo, tontamente, por los sectores de derecha.
No es ni lo uno ni lo otro, es un voto masivo de todos los sectores de dicho país para la redacción de una carta magna acorde a los tiempos actuales, en un país que se caracteriza, sin dudas, por ser el más avanzado en todas las materias en Sudamérica, o América Latina inclusive. La anterior Carta Magna, dictada por el dictador, nunca más válida la redundancia, Augusto Pinochet, no condecía con una nación libre y de una democracia ya bien sólida y arraigada.
Los chilenos, en gran mayoría, son conscientes de eso, sean de izquierda, de centro o de derecha, y ese poquito más del 20% que votó por el no, simplemente tiene más miedo, por los disturbios que vivió el país hace poco, que a un cambio de la carta magna.
Ahora está en los sectores de izquierda, derecha, centro o lo que sea, elevar sus anteproyectos y propuestas de Constitución, y que sean los electores los que decidan, democráticamente, con su voto, qué modelo de país quieren. Ahí terminarán las fantasías y los fantasmas, ni la extrema derecha ni la extrema izquierda tienen electorado suficiente para imponer nada, deberá ser producto del consenso y la negociación, las principales herramientas de un país verdaderamente serio y democrático.
Ahora, este ejemplo, debería cundir aquí, nuestro mamotreto de 1992, si bien fue redactado y promulgado en democracia, es, hoy en día, una traba para que el país pueda crecer y desarrollarse en todos los sentidos. Necesitamos una reforma, si no total, casi, para poder terminar con las barbaridades que se cometen a la sombra de las dudas y de los agujeros que dejó la Constituyente de 1992.
Sin lugar a dudas, hay que lograr un real equilibrio de poderes, terminar con un sistema supuestamente presidencialista, que le da más poder al Parlamento, por sobre los demás poderes del Estado. Generando inestabilidad política permanente, y una justicia desastrosa. Mientras los señores feudales del Congreso hacen lo que se les canta sin más regla que el “artículo 23” en Senadores y el 41 en Diputados.
Dejemos de ver fantasmas donde no los hay, dejemos de adjudicarnos triunfos que no son de nadie más que de todos los chilenos, y menos aún de dictadores como Maduro y otros nefastos próceres, de algunos trasnochados de izquierda, que atrasan un siglo, aferrados a sus raídas camisetas del “Che”, mientras sus pares, los trasnochados de derecha hacen lo mismo con alguna camisa parda o una foto del Duce.