Por Carlos Mariano Nin

La pandemia nos puso de cuarentena. Fuimos obligados a quedarnos en casa y, sin embargo, la inseguridad estuvo libre haciendo de las suyas.

Es una situación que nos golpea a todos. No es nuevo. Es más, creo que casi nos estamos acostumbrando a esta violenta realidad.

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Pero la inseguridad tiene raíces y ellas muchas veces se visten de traje, hacen grandes obras de caridad y tienen cómodas oficinas desde donde mueven montañas de dinero.

Hoy tenemos una extensa gama de delincuentes que nos atacan desde todos lados.

Tenemos a los políticos corruptos. Roban usando sus influencias, recibiendo coimas o mintiendo. Sea como fuere, la mayoría logra amasar grandes fortunas y todos, o al menos la gran mayoría, gozan de una suprema impunidad. Lo vivimos en plena crisis de salud, políticos y empresarios metieron la mano en la lata mientras nosotros nos cuidábamos del virus.

Luego tenemos a los grandes empresarios. De esos que piden a gritos lucha sin cuartel contra el contrabando, mientras se enriquecen desde las góndolas vendiendo productos de dudosa calidad y procedencia ilegal. Evaden impuestos, explotan a su personal y, como es de esperar, terminan beneficiándose de inmensas fortunas.

La lista es extensa y muchas veces tan contradictoria como la justicia. No son pocos los policías envueltos en casos criminales. Ellos, a diferencia de algunos otros, tienen licencia para matar, se protegen en comisarías desde donde extorsionan, organizan y cometen grandes hechos delictivos.

A esta extraordinaria y colosal fauna le sumamos los criminales del EPP. Esos que asesinan, queman establecimientos, roban y secuestran amparándose en su lucha contra los “oligarcas”, mientras sus líderes disfrutan del fruto podrido de sus fechorías. Tamaña contradicción: el EPP de pueblo, no tiene nada.

En el último de los actos más asquerosos de cuantos se cuenten, someten a una familia trabajadora al más triste de los silencios. Una tortura psicológica y cruel que desnuda que detrás de una lucha, que podría ser justa, se esconde un grupo criminal con todas las letras.

Y más abajo en la escala están los jóvenes excluidos por el sistema. Los que no tuvieron oportunidades, los que se suben a una moto, drogados o no, y roban a mujeres y niñas indefensas, apostando la vida en cada corrida y en casos condenando a muerte a sus víctimas.

En este contexto sobrevivimos todos lidiando con el día a día, cuidándonos de quienes podemos y jugándonos la vida en las calles.

Hoy como ayer la inseguridad nos afecta a todos, de tan diversas e insospechadas maneras. Sin distinción. Al decente, al honrado, al asesino y al ladrón. Como dice el tango: en el mismo lodo, todos manoseados.

La inseguridad es quizá la sensación más elocuente de que todo anda mal… ¿todo?

Bueno, casi todo, menos la percepción de nuestras autoridades.

Del guante blanco a la mano desnuda, pero esa es…otra historia.

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