Por Carlos Mariano Nin
El anuncio fue el viernes pasado y la nueva modalidad entró a regir desde este lunes.
“Desde esta semana volvemos a la vida”, dijeron muchos. Claro, tantos meses de encierros, restricciones, bombardeo mediático y demás nos pusieron en una cárcel mental que nos estaba matando de a poco.
Sí, se eliminaron las fases, pero el virus está instalado entre nosotros. Camina a tu lado, va de compras, te acompaña en el trabajo y en las plazas juega con tus hijos, escucha música con los adolescentes y va de visita. Es un huésped invisible al que dejamos entrar a nuestras casas si bajamos la guardia.
El ministro de Salud fue contundente: “La ciudadanía debe aprender a convivir con el virus de manera responsable”, decía Mazzoleni. Y es verdad, los números son favorables en comparación a otros países, se estabilizaron los casos, hay un enlentecimiento en la aceleración y un leve descenso, y lo ideal es que esto se mantenga.
Pero entendimos todo al revés.
Todavía no se había lanzado el decreto cuando la gente salió a la calle masivamente el fin de semana. Las imágenes publicadas en casi todas las redes sociales mostraban a la Costanera de Asunción repleta de gente. Pegados, tomando tereré, escuchando música como si fuera el primer día del último día.
No está mal, lo malo es que olvidemos que los números (de muertos) somos nosotros, son los padres y abuelos de nuestros amigos, los hijos, los tíos y las tías enfermas, expuestos al virus de forma irresponsable y criminal.
No es tenerle miedo. El virus quiere que lo respetes.
Desde la Organización Mundial de la Salud recuerdan hasta el cansancio tres cosas básicas que muchos olvidaron: lavarse las manos, usar tapabocas y evitar las aglomeraciones. De eso depende mucho.
Todavía tengo en mente la gente muriendo en las calles de Perú o las enfermeras contando ante cámaras que debían decidir quién vive y quién muere en Italia ante un sistema colapsado por una situación para la que el mundo no estaba preparado.
Tuvimos tiempo. La ciencia aprendió más acerca de la nueva enfermedad, se practican tratamientos experimentales y medicamentos, las grandes farmacéuticas trabajan en la fórmula de una vacuna, pero allí, en la cama de los hospitales no hay nada. Es como ir a la suerte. Te podés salvar o morir en el intento, esa es la realidad.
En la soledad de una cama de hospital vas a depender del buen médico o el enfermero saturado de trabajo, cansado y muchas veces, arriesgando su propia vida. Pero el virus va a estar ahí peleándote la que quizás sea tu última batalla…
Ya no hay fases, pero seguimos en la misma. Ganarle al coronavirus es tu responsabilidad, de tus cuidados, de tu inteligencia para entender que el mundo ya no será igual. Al menos no a corto plazo.
Es una lotería, no lo conviertas en una ruleta rusa.
Yo elijo cuidarme, elegí vos tu opción; si nos cuidamos entre nosotros, estamos a salvo. Claro, hasta la próxima pandemia, pero esa es… otra historia.