Paraguay dentro de una emergencia, en una emergencia que contiene otra emergencia. Vivimos en un bucle infinito de emergencias. Dengue, covid, incendios, solo por citar algunos recientes.

Emergencias que nos agarran siempre con la guardia baja, a la defensiva, a contramano. Demasiado reactivos y casi nada proactivos. Emergencias que implican muchísimo desgaste político al igual que en recursos y logística. Tal vez y solo tal vez haya llegado el momento de que reevaluemos todo nuestro sistema de emergencias. Revisar el modelo en su integralidad. Un nuevo reordenamiento que tenga como foco principal el fortalecimiento institucional, concentración de recursos que en este momento se encuentran dispersos y distribuidos en distintas entidades. Con el agravante de que los criterios no están precisamente enmarcados dentro de la eficiencia y la eficacia en la estrategia, si la hubiese. Con la emergencia pasa algo similar a lo que solemos ver en otras áreas como niñez o educación; demasiadas instituciones tanto públicas como privadas, cada una peleando por su propia huertita y (obviamente) con mayor énfasis en sobrevivir a la competencia que a la búsqueda de un objetivo general y con sentido de profundidad. Demasiadas formas y nada en el fondo.

Si uno fuera mal pensado (lo que no es costumbre en este espacio), podría creerse que este statu quo conviene a todos estos distintos actores, por eso ninguno hace un planteamiento como el que pongo sobre la mesa para el debate público. Conviene a todos menos a los cuales deberían ser el centro principal de nuestra discusión: los más desposeídos. Son ellos quienes más necesitan y son los primeros en sentir el impacto de las emergencias. Siempre intentando no ser mal pensados, parece que conviene seguir teniendo a los más desposeídos dependiendo de las estructuras de poder. De todas y las más diversas, no solo las públicas. Ojo.

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Teniendo en cuenta que procesos como el que se plantean precisan de un abordaje y miradas con visión de largo plazo, no deberíamos tomarnos mucho tiempo en tomar la decisión de marcar un inicio. El camino a recorrer no será corto y menos asfaltado, estará repleto de obstáculos. Muchos de ellos serán ambiciones personales y cortoplacistas disfrazadas de obstáculos. Aun así y teniendo en cuenta estos elementos, estoy convencido de que el momento para empezar es ahora, asumiendo todos que lo que tenemos no sirve o, al menos, es insuficiente.

La política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, está caracterizada por tomar decisiones que no son para el momento, sino para la posteridad. Son de aquellas que se hacen incluso bajo riesgo de un altísimo costo. Eso sí, son aquellas decisiones que marcan a fuego una administración, de aquellas que quedan en los libros de historia y no en la tapa del diario de mañana. Aquellas que sacan a los países del bucle infinito.

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