Alguna vez fui tentado a escribir –aún no renuncié a hacerlo– sobre “El poder desde adentro: política para principiantes” siguiendo una línea editorial que tuvo mucha aceptación hace algunas décadas por la sencillez de sus textos. La idea, que tampoco es nueva, era trazar en paralelo el realismo que impregna el quehacer político y las normas morales que debieran ordenar toda actividad humana. Concluyendo en esa siempre soñada armonía entre las buenas costumbres y la administración del Estado. Sin caer, naturalmente, en los extremos del puritanismo radical ni del cinismo perverso e inescrupuloso. Eso sí, preservando siempre los recursos públicos, manteniéndolos lejos de los inmisericordes zarpazos de la corrupción.
La llegada al poder arrastra consigo un conglomerado variopinto de personajes e irremediables trampas que ya son inherentes a ese mundo. Conocerlos de antemano y prepararse para evadirlos –o frenarlos– puede ser un buen antídoto y el mejor inicio posible para el buen gobierno. Solo que el primer peligro que enfrenta el que logra escalar hasta la cúspide política, muy a menudo, es él mismo. Las descargas eléctricas que el triunfo electoral envían a su cerebro lo elevan a un estadio superior del que le cuesta bajar. Se cierra a las críticas y se abre a la cohorte de lisonjeros que exageran las virtudes y no tienen ojos ni oídos para los defectos y errores. El que opina en contrario es el pesimista incurable. Por lo general, el silencio suele ser la respuesta a sus observaciones. Esa actitud se reproduce en todas las jerarquías que son cabezas de alguna institución. Así se conforman los perniciosos círculos donde los puntos de vista corren en sentido único. Manifestar una idea propia diferente es una acción arriesgada, porque podría significar el ostracismo tan temido. Las invitaciones para asistir al exclusivo club se tornarán menos frecuentes hasta terminar en el frío y total aislamiento. Los demás integrantes, sin esfuerzo alguno, asimilan la lección. Y justifican la determinación. Extraído el molesto cuerpo extraño la entrada volverá a clausurarse herméticamente.
Los círculos son caparazones y burbujas al mismo tiempo. En ese microclima, sus habitantes se inmunizan contra las críticas externas y viven una ficción que contrasta brutalmente con la realidad. Es imposible, consecuentemente, examinar los hechos como proceso y se pierde la perspectiva en actos aislados. Esa ceguera es la que reduce los niveles de éxitos de cualquier gobierno. Éxitos que deben leerse como resultados satisfactorios de políticas públicas construidas para elevar los índices de calidad en cuanto a salud, empleo, educación y vivienda, por mencionar los históricamente urgentes y postergados.
Claro está que aquel que reduce su visión a un punto negro constante termina cansando a los demás. No solo en la política, también en la vida cotidiana, familiar y laboral. Pero dentro de ese anillo hasta las esporádicas, prudentes y rigurosas críticas son desdeñadas. Solo hay espacio para los elogios más insultantes al decoro y a la inteligencia. La negativa a abrir la mente a otras miradas es el más seguro camino hacia el fracaso de toda gestión, no solo la pública. Los aplausos seducen en los actos oficiales, pero el verdadero estadista sabe que debe dirigir sus aspiraciones hacia el juicio inapelable de la posteridad.
Los círculos, por lo general, asumen ínfulas de análisis, donde se vende y se compra la fantasía de que el pueblo está con nosotros. Se niegan a interpretar las señales de descontento de “las masas manipuladas”. Devalúan el sano juicio de la gente y su capacidad de discernimiento. Aclaración: nada tienen que ver con los equipos de trabajo que exponen su gestión y proponen acciones en la intimidad de los consejos. Equipos que igualmente vuelven a ser juzgados por ese selecto y reducido grupo de donde nadie quiere salir y al cual todos quieren entrar. Para muchos, ahí está el verdadero poder.
En estos días estamos leyendo registros estadísticos de mejorías económicas anunciados por los técnicos del Gobierno. Lamentablemente, hay que expresarlo, los cálculos optimistas chocan frontalmente contra las altas temperaturas de zozobras y angustias que se sufren en las calles. No apostamos al fracaso de nadie, sino al progreso de todos, por eso decimos lamentablemente. Mas, no se puede pintar una realidad fuera de la propia realidad. Eso se llama espejismo. Humo que se disipa con la brisa más inofensiva.
La pandemia solo vino a acelerar la anárquica situación socioeconómica que nos agobia desde hace meses. El 2019 cerró con crecimiento cero. De su ya prolongado letargo debe sacudirse el Gobierno. Su estado de somnolencia sobre laureles inexistentes tiene predicciones de catástrofe. Los discursos animan, pero solo los hechos podrán sostenerlo hasta el final del período. Mientras, el pequeño círculo y sus mensajeros áulicos viven su burbuja de autoengaño y pretendiendo convencernos de que el rey no está desnudo.