“A veces, los seres humanos enfermamos la tierra de un sitio y los hombres deben moverse para poder florecer, igual les sucede a las plantas… porque la tierra entera les pertenece a todos los hombres y las divisiones que trazan los corazones mezquinos necesitan ser borradas”.

POR OLGA DIOS

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A mitad de camino entre el pasado y el presente, la argen­tina Viviana Rivero nos pro­pone construir la historia de una familia a través de dos rela­tos en paralelo:

en el 2014, Rafael, porteño, ante una sumatoria de crisis perso­nales, financieras y existenciales, se toma un año para ir a vivir a España, bajo una especie de mandato genético, la voz de su abuela en sus últimos años, ya desvariando, diciéndole que en la jamone­ría La Bellota en Madrid va a encontrar gran parte de la historia de su familia. Rafa es músico profesional, clásico, restaurantero fracasado, con un divorcio a cuestas y un hijo chico a quien quiere mantener en su colegio privado con lo que ganará en España. Allí va a descubrir un lado mucho más simple de la vida, con menos pretensiones: el de quien no tiene nada que perder.

Empieza a can­tar con su guitarra en las para­das de metro, conociendo a la variopinta fauna de inmigran­tes de todas las nacionalidades que hacen música callejera. Algo que en la vida se hubiera animado a hacer en SU ciu­dad. Allí no tiene que fingir grandeza. Puede empezar de cero. Se le van sumando ofer­tas de trabajo; pero ninguna implica alejarse de su verda­dera pasión: la música. Como si las calles de su abuela le llama­ran a buscar cuál es la versión de su vida que está negando. La amistad con Paco, el dueño del bar, un trabajo en el museo de la jamonería y un romance con la complicadamente hermosa Alba, van creándole un mundo nuevo, sin poder dejar atrás el viejo. Y le plantean la necesidad de conciliar ambos.

En 1936, María, su abuela, muy joven, en un Madrid a punto de ebullición, queda sola en el mundo a cargo de un hermanito menor. Se la rebusca y consigue un trabajo en la dichosa jamo­nería, donde provocará un quiebre entre dos hermanos mellizos tan dispares en sus personalidades e ideales como parecidos en su amor por la misma mujer: Pedro y Marcos. Cuando todo salta por los aires en su vida, también estalla la guerra en España y María consigue escapar en un barco rumbo a la Argentina, lle­vándose consigo solamente un gajito de rosa de Provenza, que le regaló la madre de los mellizos. Esa rosa germinará en tierra americana, para volver a Europa años después y de vuelta a la Argentina. Gajo por gajo, la planta solo prende cuando la mano que la planta sabe cómo acariciarla.

La historia está dividida por flores. Cada una hace a una parte de la historia: las lavandas de María, las rosas de Encarnación, las violetas de Federico, las palmas de Pedro y así cada flor va mos­trando su conexión intrínseca con la vida y el mundo que la rodea. Los canteros de Doña Encarnación se llenan de plagas mientras 1936 y su tormenta se ciernen sobre su país y su casa, y solo vol­verán a su esplendor cuando otra versión de la familia la habite. Cuando todos los secretos salgan a la luz, todos los cabos sean atados, y cada uno descubra su lugar en el mundo y siga su destino:

“… Pasos que demostraban que a los grandes y puros deseos del corazón se acomoda el resto del mundo físico”.

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