Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
Dr. Mime
Las crisis sanitarias del coronavirus y la medida de confinamiento en casa son una amenaza para la vida física, pero también lo son para nuestra estabilidad psicológica, social, política y económica. Toda amenaza apela a nuestra capacidad para resolverla y esto llama directamente al concepto de resiliencia para afrontar al covid-19. La palabra resiliencia, etimológicamente, viene del latín “resilio” que significa “volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar”. Más que claro, implica volver mentalmente todo lo posible a la sensación previa al causante del desequilibrio emocional, a la aparición del covid, en nuestro caso, no a volver a vivir como antes descuidando las medidas sanitarias ni mucho menos, sino en volver a revivir la sensación que teníamos dentro de la “antigua normalidad”, racionalizando el hecho de que esto es lo que nos toca vivir y que se puede resistir con cambios que, si bien nos sacan de nuestra zona de confort, nos permiten desarrollar mentalmente el microclima para que “nos sintamos bien”. Esto transforma la amenaza que sentimos en el cuerpo en un impulso para dar un salto y volver a colocarnos en posición mental y física de “dar batalla”. Pero sin ese sentimiento de amenaza no saltaríamos con tanta fuerza; es decir, la resiliencia emerge solo en condiciones de contacto con el dolor.
La resiliencia es, entonces, una habilidad a desarrollarse para continuar con una baja susceptibilidad a futuros estresores. ¿Qué hace a nivel cerebral que una persona sea más resiliente que otra? ¿Qué ocurre dentro de algunos individuos para que superen exitosamente el estrés o ciertos traumas? Esas son dos de las preguntas que la ciencia trata de responder para mejorar el proceso de adaptación a la adversidad, el trauma, la tragedia, las amenazas o, incluso, ante fuentes significativas de estrés. A partir de la capacidad resiliente del ser humano se producen respuestas adaptativas frente a situaciones de crisis o de riesgos por la existencia de recursos innatos o adquiridos. Se conocen en la actualidad las bases neurobiológicas y neurobioquímicas que subyacen como fundamentos de los cambios que acompañan a la conducta resiliente.
Respecto a las bases neurobiológicas, es posible determinar cómo diversas regiones cerebrales están relacionadas con circuitos neuronales que conforman bases estructurales y funcionales de la memoria y la vigilia, los cuales se reactivan de manera autónoma para sustentar los recuerdos. Para esto intervienen la neocorteza cerebral y, a nivel subcortical, el complejo amigdalino, el hipocampo y el locus cerúleo, zonas que regulan los mensajes de alerta y, conectados con la región frontal que maneja la conciencia, las respuestas que damos a esas amenazas. Respecto al punto de vista neuroquímico, participan en la resiliencia sustancias hormonales y neurotransmisoras del eje cerebro-hipotálamo-suprarrenal-gonadal.
Pero de eso les hablo en la semana que viene. ¡Sigamos DE LA CABEZA aprendiendo a desarrollar la resiliencia para vencer al covid en todos los campos!