POR ISMAEL CALA

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El cantante Miguel Bosé finalmente ha optado por cerrar sus redes sociales, en protesta porque, en su opinión, estas no son “plurales y objetivas”.

Muy querido por varias generaciones por su talento musical y actoral, Bosé se ha convertido en la cara visible del peligroso movimiento negacionista que minimiza la realidad del Covid-19.

El artista ha protagonizado encendidas polémicas en sus redes, donde calificó al coronavirus como “la gran mentira de los gobiernos”. Además acusó a Bill Gates de querer “implantar microchips en las vacunas” para obtener información. En España han fallecido 30.000 personas por el Covid-19, entre ellas la actriz Lucía Bosé, la madre del artista.

Las acusaciones del intérprete de “Morir de amor” o “Amante bandido” son graves. No porque los políticos no mientan, ni porque los empresarios sean santos; sino porque toda su argumentación se basa en noticias falsas, teorías conspiratorias y una larga lista de suposiciones sin fundamento científico.

No es el único. El tenor Andrea Bocelli, que incluso enfermó de coronavirus, ha criticado las medidas de excepción adoptadas en su país, entre ellas el uso generalizado de la mascarilla. “No es para tanto”, vino a decir, a pesar de los 35.000 muertos de la pandemia en Italia.

En América Latina, afortunadamente, el movimiento negacionista no cuenta con tantos apoyos como en Europa. La lista mediática la encabeza el actor mexicano Carlos Villagrán, famoso por su papel en “El chavo del 8”. En México han muerto unas 65.000 personas.

Villagrán apoyó a su coterránea Paty Navidad: “No se trata de una pandemia, sino de una plandemia”. Navidad incidió además en temas recurrentes del negacionismo, como el “nuevo orden mundial”, el supuesto peligro de las redes 5G y la criminalización de las vacunas.

En Alemania, los negacionistas incluso intentaron asaltar el parlamento. “Hay algo que Dios ha hecho mal. A todo le puso límites menos a la tontería”, afirmó una vez el icónico político germano Konrad Adenauer. ¿Tendrá razón?

Históricamente, los humanos hemos intentado buscar explicaciones a los fenómenos que nos afectan. No existe una única verdad, en tanto las creencias (no solo las religiosas) terminan diseñando nuestro propio mundo. El problema es cuando esas ideas afectan gravemente a terceros, ponen en peligro a millones de vidas humanas y retrasan la recuperación económica.

Declararse “tierraplanista” en pleno Siglo XXI es toda una excentricidad, pero prácticamente sin consecuencias fatales. Sin embargo, oponerse al uso del cubrebocas y promover rebeliones y aglomeraciones, bajo el argumento de que “el virus no existe”, es sencillamente brutal.

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