Por Marcelo A. Pedroza
COACH – (mpedroza@hotmail.com)
El vuelo de la mariposa amarilla es una realidad a los ojos de quien lo ve. En su silencio volador hay algo que quiere decir, su desplazamiento sigzaguea hacia un lado y otro, va y viene, aparece y desaparece ante la presencia humana. La mariposa amarilla acompaña con su estilo y forma parte del universo de mariposas, que con su sencillo andar recorren el planeta. Siempre hay una mariposa por ver.
Las mariposas no hablan o quizá lo hacen a su manera. No hay un sonido que pueda expresar su alegría, su bienestar, su paso aeróbico por esta tierra; sí existe la fina imagen y particular presencia que las distingue, la simpleza con la que se mueven, el desparpajo de sus vuelos de idas y vueltas, los que son impredecibles por sus condiciones; son llamativas sin quererlo o a lo mejor así lo quieren, ellas son mariposas y en su destino está volar, eso parece. Es probable que tengan otras razones, que lleven consigo las bellezas de sus incógnitas, esas que solo en su interior poseen y que vibran en el despanpanante circular por el aire.
Las mariposas dejan lecciones por aprender, en su éfimero paso ante los ojos que las ven. El principio está en la naturaleza que las identifica, en esos vuelos que contagian, en el movimiento de sus esenciales hermosuras, en esas inocentes compañías que brindan y que delietan el vivir de aquellos que toman dimensión de su celestial mandato. Por alguna razón, la felicidad se manifiesta en los niños cuando las descubren y las ven volar, en esos encuentros se producen vivencias auténticas y divertidas, roces simpáticos y tiernos, anécdotas empapadas de lindos desenlaces.
Dichosos los adultos que se fijan en el trayecto de las mariposas. En la escuela de la vida, el detalle que ocasiona el asombro de una mariposa puede impulsar la valoración de lo cotidiano, el desprendimiento de lo innecesario, el significado de lo importante, el determinismo para apreciar el sentido de los acontecimientos y la capacidad de admirar lo que el otro puede hacer con su vuelo.
Las mariposas probablemente construyen sus propias sociedades, ¡vaya a saber cómo acordarán!, pero nunca se las ha visto pelear, agredir, dañar y blasfemar. Todo indica que a las mariposas no les gusta guerrear, ni vivir reactivamente y a la defensiva, no entienden de maldades, ni inventan historias para convencer en pos de mezquinos intereses. Las mariposoas viven en el mundo de las mariposas y por lo visto, dejan vivir a los otros en su propio mundo. Las mariposas tienen su especial vuelo, y evidentemente, respetan el vuelo de las demás. Las mariposas viven en paz.
La conexión de las mariposas está ligada a la naturaleza, esa es la maestra con la que socializan mientras viven. Pasean en sus jardines, como lo hace la mariposa amarilla, que con su gestualidad se encarga de confirmar que le encanta compartir un buen momento.