El clima político y social de la Argentina tiende a tensionarse. Algunos analistas dicen “enrarecerse”. Inexacto. En un ecosistema social alterado desde décadas, las tensiones son parte de un paisaje necesariamente raro que, por definición, no puede enrarecer más.

El conflicto de bifrontalidad en el Frente de Todos –del que esta columna observó desde agosto del 2019 luego del triunfo que esa coalición alcanzó en las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) con las que arrasó al ex presidente Mauricio Macri– 12 meses más tarde de aquel resultado, se extiende como una pandemia política que afecta al conjunto social. Seguramente, una buena parte del deterioro en la valoración social de la gestión gubernamental que se verifica con cada encuesta que se hace pública tenga que ver con esas tensiones en el oficialismo, pero es muy probable también que una porcentaje de la incomodidad social se funde en los 165 días de aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) –prorrogado hasta el 20 de septiembre venidero– que, además de afectar la economía y la producción, desestabiliza emocionalmente a todos los sectores no solo agotados al no poder desarrollar la vincularidad con fluidez sino porque los protocolos para contener el avance del SARS-COV-2 obligan a parir y morir en soledad.

Es difícil soportar lo insoportable porque, además, resulta incomprensible aunque masivamente se asuma que, sin vacuna ni tratamiento, como desde diciembre pasado, las únicas barreras de seguridad sanitaria posibles se encuentran en el uso masivo del alcohol, del jabón y el insostenible distanciamiento social. En ese contexto, el ex presidente Eduardo Duhalde (2002-2003) –uno de los cinco mandatarios que se sucedieron en una semana cuando en el 2001 el pueblo exigió “que se vayan todos”– predijo que “no habrá elecciones” parlamentarias en el 2021 y que “habrá un golpe de Estado”.

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No explicó mucho más y, cuando advirtió que había obtenido sin proponérselo la unidad nacional para repudiar sus dichos, recurrió a un argumento insólito para justificar su irresponsable incontinencia verbal a una conducta “psicótica momentánea” que lo llevó a dar “una repuesta vinculada con la pérdida momentánea de la mente que se desengancha de la realidad”. Tan grave como penoso. El estupor ganó a una buena parte de los actores públicos que, desde varios meses, dialogan con Duhalde para aportar a la gobernanza. De hecho, fue uno de los firmantes de una declaración que emitió el 14 de julio pasado el Club Político Argentino titulada “Unidos en la diversidad.

Para afrontar el presente y construir un futuro digno para todos los argentinos”. El presidente Fernández sabe que tiene que recuperar el centro de la arena política de la que lo corrieron el descontento, los avances públicos sobre su autoridad de la vicepresidenta Cristina F. y dos manifestaciones masivas en todo el país para expresar el rechazo al proyecto de reforma judicial que cuenta con la aprobación del Senado de la Nación. Alberto anunciará formalmente en esta jornada el acuerdo que el ministro de Hacienda Martín Guzmán alcanzó con los tenedores de bonos del Tesoro argentino en situación de default desde setiembre del 2019.

También comunicará el inicio de conversaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), con el objeto de refinanciar unos 50.000 millones de dólares. Es posible que se anuncien además programas con los que apuntará a la reactivación económica y productiva. De todas formas, hasta que no se regularice la situación con los acreedores institucionales y privados, todo anuncio en esa dirección se parecerá mucho a las buenas intenciones. Sin embargo es necesario destacar que el mayor escollo hoy en la Argentina es político al interior de la colación gobernante.

No pocos peronistas que dialogan con frecuencia con este corresponsal suelen sostener que “la ansiedad de Cristina (Fernández, vicepresidenta) contrasta cada semana con más frecuencia con el tiempismo (sic) de Alberto (Fernández, presidente) sin darle tiempo a generar consensos”. En consecuencia, sugieren, “la coalición de gobierno trepida y parece a punto de resquebrajarse, de romperse, aunque no necesariamente eso sea lo que sucede”. Una buena parte de la sociedad también lo percibe. Antonio Cafiero –el abuelo de Santiago, el jefe de Gabinete de Ministros– tal vez el último de los grandes viejos sabios del peronismo que falleció en el 2014- con paciencia de docente, explicaba que “los peronistas, somos como los gatos. Cuando todos creen que nos estamos peleando, estamos haciendo el amor”. ¿Será así?

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