El título en los medios digitales impactó a la opinión pública; sin embargo, extrañamente, no sorprendió a nadie: “La Justicia de Brasil cesa al gobernador de Río de Janeiro por supuesta corrupción en los fondos de la pandemia” y la noticia agregaba que las autoridades habían denunciado que mediante una “sofisticada organización criminal” el político había lavado recursos que debían ser utilizados para combatir la pandemia “sacrificando la salud y la vida de miles de personas”.
Lastimosamente, el caso del gobernador brasileño no es un hecho aislado. En otros países como Bolivia, Honduras, Ecuador y Colombia los escándalos también fueron mayúsculos. Eso nos lleva a preguntarnos, ¿en qué clase de seres se convirtieron estos canallas que alguna vez pidieron votos y prometieron velar por los intereses de la ciudadanía? Estar arriba les nubla la razón y se creen con derecho a dar manotazos a las licitaciones y arcas públicas, aunque eso implique la muerte de otros.
Con la sonrisa más cínica se muestran ante cámaras, aprovechándose de los artilugios que la ley permite, tratando de encubrir su perdida vergüenza. ¿Qué les llevó a convertirse en monstruos?
Unos opinan que “hay que castigarlos en la urnas”, no votarlos nuevamente, pero con la tajada en los bolsillos ni siquiera necesitan participar en las próximas elecciones; otros, por el contrario, afirman que en tiempos de guerra la traición se debe pagar delante de un paredón de fusilamiento para que no cunda el ejemplo de la impunidad.
Y es que en esta guerra se aliaron dos enemigos invisibles: por un lado el covid-19, que mata sin piedad y que no puede ser detenido sin una vacuna; por el otro –también invisible–, la corrupción que se apoderó de toda Latinoamérica y que mata más que el propio virus.
La mirada cómplice de los organismos de control y de la propia Justicia fomenta el descontrol. No hace falta salir de nuestras fronteras para ahogarnos en mentiras. Hay demasiadas, que asfixian a todos. Y asquean.
* Que hay que hacer un préstamo gigante para prepararnos para lo que se viene… y lo que se viene vino y los que tenían que prepararse no se prepararon y la gente hoy muere sin capacidad de respuesta.
* Que disminuyó la propagación en el Este… y no fue verdad. Lo que disminuyó fue el stock de reactivos y la toma de muestras; por consiguiente, la cantidad de test realizados y los positivos decrecieron.
* Que te quedes en tu casa para evitar los contagios… así mientras la carga para contener la pandemia caía sobre los ciudadanos, las autoridades jugaban a ser los salvadores. Pero la ayuda social se convirtió en promesas de políticos en épocas de elecciones, humo como el aire que respiramos hoy a causa de los incendios.
* Que había más del millón de inscriptos para recibir el subsidio económico… mientras que la capacidad real de respuesta era apenas para un tercio de los desahuciados. Sin mencionar las descabelladas trabas burocráticas impuestas por los funcionarios públicos (porque ellos sí tienen sueldo asegurado). Nunca pensaron con el estómago lleno que el dueño de esa cédula vencida al que le negaron su derecho también tenía hambre.
Fue fácil, como los bombarderos que arrojan su letal carga desde la altura. Desde arriba no ven las explosiones ni los cuerpos despedazados; los funcionarios apenas borran un número de la lista y van satisfechos a dormir.
* Que si tenés síntomas, mejor quédate en la casa porque si acudís a un hospital te podés contagiar… y la nueva versión es cuando sientas los primeros síntomas tenés que consultar antes de que sea tarde.
* Que la Fiscalía, a pesar de las pruebas y denuncias, no imputa a los corruptos porque teme las represalias del que está arriba. Y este se pasea de Norte a Sur en su burbuja de felicidad.
Demasiadas mentiras flotan en la superficie como boñigas en estanque. Todos las ven, todos comprenden… menos los que deberían y la tensión social aumenta. Las protestas recorren las calles con pancartas: unas tienen el sello de la juventud, otras de los sindicatos, otras de las carencias de insumos, otras son anuncios de desesperación. Esta semana el descontento dejó un muerto en el Norte.
Esperemos que sea el único. Basta una chispa para comenzar un incendio. Y en esta época de sequía, los que deberían bailar para que llueva solo dan excusas e impunidad.