Por Eduardo “Pipó” Dios

COLUMNISTA

Se fue Portillo, el superviceministro de Salud, en su momento de gloria, allá por abril, un Mazzoleni con pelo que era la voz de la conciencia sanitaria, idolatrado por algunos medios, nambre luego.

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Tipo argel y con poca paciencia, no es que sea muy querido por sus colegas, al parecer desde el cargo cagó a unos cuantos y ubicó a sus leales.

La gestión de Mazzoleni y equipo no era de las mejores antes de la pandemia, había muchas quejas de que hacían poco y nada. Con la pandemia se posicionaron y luego fueron dilapidando ese efímero capital de confianza de la gente con una gestión administrativa catastrófica; no obstante, la sanitaria todavía se puede defender.

A Portillo se lo llevó su propio ego y cholulismo, andar con una modelo conocida y ultramediática puede tener sus fans en una sociedad machista como la nuestra, pero con la miseria, crispación y corrupción reinante no es que haya venido muy bien. Pero, como si fuera poco, él y sus amigotes decidieron farrear contra todas las propias reglas que él quería imponernos, con o sin razón, discutámoslo, pero él se cagó en todo. Y se dejó filmar, o sea encima nos fregó su irresponsabilidad en nuestros encuarentenados rostros. Renunció rápido, menos mal, no como las lacras que nos trajo el gobierno añetete y que tenemos que ir sacándonos con un cuchillo caliente como sanguijuelas en películas de “Rambo”. Los Rodolfos, Samudios, Melgarejos, Pettas y demás maravillas son mucho peores por lejos que Portillo, de eso no creo que haya dudas, pero no renuncian, salvo cuando tienen la imputación de la Fiscalía, y aún.

¿Qué hicimos para merecer esto? No lo sé, pero al lado de estas garrapatas el covid parece un resfriadinho. Acá el ejemplo de Portillo, de renunciar rápidamente ante el escándalo, no cunde ni cundirá. No se ilusionen.

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