Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
Dr Mime
Muchos habrán oído aquello de que en el abdomen se encuentra nuestro segundo cerebro. Algo de eso hay. De hecho, cientos de millones de neuronas forman el sistema nervioso intestinal conocido en la jerga neurocientífica como sistema nervioso entérico. Es la colección de neuronas más grande fuera del propio cerebro, superando incluso (aunque no lo crean) a la cantidad de neuronas existentes en la propia médula espinal. Siguen órdenes muy estrictas: efectuar los procesos que regulen la digestión, descansar en los períodos entre alimentos y, mientras dormimos, el ejecutar los movimientos que llevan los elementos digeridos hacia su zona de salida, lo que conocemos como peristaltismo.
Si bien no están reguladas por la voluntad (ya que pertenecen al sistema nervioso autónomo, el que funciona sin necesidad de intervención consciente del cerebro), tienen mucha similitud en su funcionamiento al propio sistema nervioso central. Existen tres tipos diferentes de células nerviosas en el aparato digestivo: células sensitivas que registran los estímulos sensoriales que entran, las interneuronas que actúan como estaciones de relevo del estímulo, y las motoneuronas que son las células motoras que movilizan la musculatura visceral. De todas las fibras que conectan el cerebro con el aparato intestinal, un 90%, aproximadamente, son aferentes, es decir, llevan información hacia el cerebro. Si bien esta información es absolutamente subconsciente, así como la actividad es automática e involuntaria, tanta información entrante al sistema nervioso central produce un cierto “ruido” de fondo emocional que se refleja en un estado de ánimo positivo o negativo, y es por eso que surgen las sensaciones viscerales que tan bien describimos en ciertas situaciones: el “cosquilleo en la panza” cuando nos enamoramos, la acidez estomacal cuando estamos nerviosos, las ganas de ir al baño cuando estamos en un momento clave de estrés, o el nudo en el estómago que se nos forma cuando nos ponemos nerviosos. Y si bien, aproximadamente solo un 10% de las fibras nerviosas es eferente, es decir, lleva impulsos desde el cerebro hacia el sistema intestinal (el cual puede funcionar perfectamente sin estos estímulos), es suficiente para que los estados de ánimo influyan en la digestión, como sucede en los trastornos de estrés postraumático o emociones intensas que pueden por ello provocar náuseas, vómitos, diarrea y dolores o espasmos abdominales.
Los trastornos de ansiedad y la depresión alteran de manera notable el ritmo de la digestión. Las personas con depresión tienden al estreñimiento y los que tienen angustia crónica a la diarrea. De hecho, las personas que comen con tensión distienden menos su estómago en comparación de las que comen relajadas, lo cual da a estas últimas una sensación de saciedad más temprana, y resultando que así comen menos. Este mecanismo de estrés durante la ingesta puede desarrollar una especie de “neurosis gástrica” en estas personas que se ponen nerviosas mientras comen, haciendo que el estómago se olvide de relajarse.
Otros hallazgos, además de la fluida comunicación entre cerebro e intestinos, son los que hacen a la influencia que las bacterias que existen en el intestino hacen al estado general de las personas. Lo que conocemos como flora intestinal influye decididamente en el estado de ánimo, y esta flora es tan personal a cada individuo como puede serlo la huella digital. Se sabe que estas bacterias pueden potenciar la liberación de PCR (proteína C reactiva) que actúa directamente sobre el neurotransmisor de la felicidad, la serotonina, disminuyendo sus niveles, lo cual explica el porqué los pacientes con enfermedades intestinales inflamatorias se hallan deprimidos durante estas fases. Es por eso que se preconiza el consumo de los llamados alimentos probióticos, es decir, los que favorecen la proliferación de la flora intestinal “buena”, no parásita ni dañina. Los lactobacillus y las bifidobacterias promueven una buena función intestinal disminuyendo la inflamación y mejorando la respuesta general al estrés y al estado de ánimo del paciente.
Que loco, ¿no? Que en el intestino también estemos DE LA CABEZA. ¡Nos leemos el otro sábado...!