Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
Dr Mime
Continuamos hoy con el tema de la semana anterior: Intentar introducirnos dentro de la mente del pederasta. ¿Qué son? ¿Se hallan padeciendo algún trauma? ¿Han elegido serlo o vinieron determinados “de fábrica” con una “falla” en su evolución mental?
Frente a la hipótesis del trauma, muchos expertos hoy se decantan por la idea de que el pedófilo viene al mundo casi programado para serlo. Hay como una predisposición a ella, es algo con lo que la gente nace, pero esto no implica que la pedofilia se herede de padres a hijos. Hay indicios de factores prenatales que podrían consistir en influencias hormonales durante el desarrollo uterino que tal vez provoquen cambios epigenéticos, que son modificaciones químicas del ADN que no alteran el código genético y que pueden deberse al ambiente. Se han descubierto correlaciones con otros rasgos como la zurdera (de la cual hablábamos hace unas semanas), la estatura corta y el bajo nivel intelectual dentro de los cambios relacionados a la pedofilia, pero lo que parece claro es que aparece con la pubertad, en la misma época en que aparece la atracción por el sexo opuesto o por el propio.
La existencia de factores biológicos sugiere que tal vez la pedofilia pueda observarse en el cerebro, y los investigadores trabajan para encontrar estas posibles firmas cerebrales del trastorno. Actualmente se contemplan tres hipótesis sobre la sede cerebral de la pedofilia: Solamente el lóbulo frontal, responsable de tirar de las riendas de los impulsos sexuales; solamente el lóbulo temporal, que podría dirigir la atracción por los niños y el desarrollo de una hipersexualidad; o ambos al mismo tiempo. Una región del lóbulo temporal, la amígdala derecha, parece mostrar un tamaño reducido en comparación con los controles en varios estudios. Sin embargo, los estudios de neuroimágenes sobre la pedofilia aún están en fases iniciales y son muy poco concluyentes aún. De hecho, es de destacar que tradicionalmente la ciencia ha relegado la atracción sexual por niños y niñas a un segundo plano; ni siquiera se definió formalmente como trastorno hasta finales del siglo XIX, ya que a menudo se considera una cuestión colateral, y la investigación de su naturaleza está retrasada en comparación con la investigación de otros desórdenes psiquiátricos.
Hoy, la investigación de la pedofilia está en plena ebullición, pero la revisión señala la dificultad de disponer de otros perfiles de pacientes que no sean pederastas condenados y encarcelados; por ejemplo, pedófilos que se abstengan de abusar de menores y que no consuman pornografía infantil. Naturalmente, el objetivo último es evitar el terrible daño que conllevan las agresiones sexuales a niños y niñas, pero este no parece un logro fácilmente asequible. La pedofilia no es curable en el sentido de que pueda cambiarse, aunque hay un debate abierto sobre ello en los círculos científicos, aunque lo justo sería decir que el consenso clínico y científico apunta a la posibilidad de ayudar a las personas con pedofilia a controlar mejor su deseo sexual hacia los menores. Las terapias cognitivo-conductuales buscan elevar el autocontrol y modificar la actitud de los pedófilos hacia los niños y niñas, pero sus resultados son cuestionables. Por otra parte, los tratamientos farmacológicos reducen la libido de los agresores, pero no alteran sus preferencias sexuales. O sea, la castración química tampoco funciona aquí.
El debate está abierto y yo intenté en estas dos semanas dejarles material para el debate. Mientras, mi deseo personal de que no existan más “Yuyús” que nos hagan recordar dolorosamente cuán pendiente está la salud mental en una sociedad como la nuestra. Nos vemos la semana que viene para seguir estando DE LA CABEZA.