EL PODER DE LA CONCIENCIA
Por Alex Noguera
El 18 de abril, hace tres meses y medio atrás, exactamente 105 días en el pasado, la columna titulada “Pólvora de ignorancia” anticipaba lo que efectivamente sucedió el miércoles último en Ciudad del Este, hace menos de 72 horas.
Decía: “Esta pandemia está haciendo que gente normal, humilde y buena, comúnmente calificada de ‘trabajadora’ estalle con pólvora de ignorancia y miedo irracional. Si cualquiera de nosotros mirásemos su rostro jamás creeríamos que serían capaces de hacer semejante aberración.
“La salud mental no está bien. Y apenas van las primeras semanas. Me pregunto cómo reaccionarán cuando las ayudas de Ñangareko y Pytyvô acaben y no se reinicien las actividades laborales, con despidos, con hambre, viendo a los avivados intentar meterse una tajada de dólares en el bolsillo.
“La campaña ‘Quedate en casa’ no contempla la furia de la población, cansada de tanta injusticia y corrupción. Y sin embargo, otro escenario peor es posible si no se encuentra el equilibrio entre salud y trabajo y se produce un rebrote luego de la larga cuarentena”.
A pesar de que se sabía que la frontera con Brasil era estratégicamente el lado más débil debido a que allí se concentra la pandemia, las autoridades no reforzaron convenientemente ese frente. A regañadientes, después de fallecer una jovencita en Ciudad del Este aumentaron “rápidamente” unas pocas camas, pero a la legua se veía que era insuficiente, sino apenas un movimiento de distracción. Ni siquiera tomaron en serio la posibilidad de instalar allá un laboratorio para procesar las muestras de covid-19. Todo se centró en la capital, a 323,4 kilómetros de distancia de Ciudad del Este; 4 horas y 58 minutos por ruta. Lejos, muy lejos. Con razón los carteles de: “¡Asuncenos HDP!”
El miércoles, día en que estalló la revuelta en el Este a causa de que el Gobierno anunció nuevamente medidas extremas, un hombre de 48 fallecía en el IPS local. Era la víctima fatal número 46. De este total, más de la mitad (29) pereció solo en julio, es decir, se evidenció que la enfermedad no dejaba prisioneros, y mientras, los responsables de la guerra sanitaria del país miraban hacia cualquier lado.
De los 29 muertos en julio, 14 provenían de Alto Paraná, límite con Brasil.
Como decía arriba, la ignorancia, el miedo y la salud mental se convirtieron en combustible perfecto que el miércoles se encendió con la chispa de la corrupción y el hartazgo. Las autoridades apretaron la tecla equivocada y se soltó la cuerda. ¿La cuerda? No, la cordura.
De entre las decenas de videos que circularon por las redes sociales, tres llamaron la atención: el primero, en el que un joven se divertía rompiendo los parabrisas de camiones de carga estacionados, que no tenían vela en el entierro, e instaba a quemar una patrullera. Segundo, otro joven que corre con yesca encendida y la arroja sobre la parte trasera de otro camión...
Y el tercer video es en el que aparece un joven tendido en el paseo central de alguna calle con una herida en la panza. En la grabación se puede escuchar: “Bueno, de esta manera dejamos como evidencia plomo, plomo, mirá muchacho, le tiraron con puro plomo. Mirana un poco. Plomo, plomo, plomo..., hijo de p... Marito..., hijo de mil p... Marito... ¡Qué pucha! ¡¿Cómoiko va a ser así?!2
Lo preocupante no es la herida ni los vidrios rotos ni el camión con fuego. Lo terrorífico es el mensaje de la pregunta: “¡¿Cómoiko va a ser así?!”. Es evidente que el desesperado “locutor” no entendía porqué su amigo había recibido un disparo.
Una persona cuerda entendería que en las manifestaciones puede ocurrir cualquier desborde, por un lado u otro. Pero pareciera que el locutor estuviera en otro mundo, uno que según sus reglas debía brindarle seguridad y no cabía en su entendimiento la posibilidad de una herida.
Es como si estuviera jugando a esos videojuegos de violencia como GTA, en los que el protagonista roba un auto, asesina al conductor, choca, cambia armas que van desde metralletas hasta lanzacohetes, pilotea por igual un helicóptero o un tanque y aunque puede ser herido por balas o muerto, no pasa nada porque “revive” a voluntad.
La salud mental no está bien. En los videos de Ciudad del Este, los “jugadores” saqueaban tiendas, quemaban camiones y hasta destruyeron un cajero. Todo muy “divertido”, hasta el día siguiente, cuando en la realidad hubo que sacar plata... pero el cajero ¡estaba dañado! ¡¿Cómoiko va a ser así?!
Ayer vi fotos del amanecer de Ciudad del Este. En una de ellas, una mujer recogía arroz desperdigado sobre la ruta. Sí, mientras los heroicos manifestantes jugadores de GTA dormían su divertida juerga, una mamá juntaba arroz esparcido sobre el asfalto.
Ella no tiene tiempo para jugar. Ella no sabe de GTA ni de la irresponsabilidad de ser “autoridad”. Ella tiene estómagos que alimentar.